IndÃgenas en las antÃpodas de la guerra colombiana
Pasados más de 500 años, la sociedad dominante aún no termina por "entender" las caracterÃsticas del ser indÃgena, que en el caso de la guerra interna de Colombia pasan de lejos por las reivindicaciones, para no ser ni adversarios ni aliados.
La guerra ha inducido a las comunidades indÃgenas, especialmente en el Cauca, a desempolvar sus recursos y repertorios identitarios. Los pueblos indÃgenas sufren la guerra desde tiempos inmemoriales y quizás por ello son a la vez más frágiles, pero están también mejor equipados para resistirla. Incluso en el pasado reciente lograron sacar partido de ella, como lo atestigua la consagración de los derechos colectivos en la Constitución de 1991 bajo la fórmula de la plurietnicidad y multiculturalidad.
Las siguientes tres razones, explican la peculiaridad indÃgena:
Propósito colectivo
La primera es su sentido de unidad y cohesión social. La comunidad indÃgena es un propósito colectivo -una sociedad dentro de la sociedad-, y quiere estar al abrigo de las querellas de ésta, sin negar sus vÃnculos con unidades mayores. Está en su derecho: todo intento de subvertir ese orden es una trasgresión. Los indÃgenas han desarrollado históricamente formas propias de rebelión y de acción colectiva, difÃcilmente apropiables por otros sectores de la sociedad rural. Sus luchas están enraizadas en la tradición y no sólo en movimientos coyunturales de la economÃa o la polÃtica.
Se reclaman herederos de las luchas de la cacica Gaitana en los albores de la colonia, del cacique Juan Tama en el siglo XVIII, del legendario QuintÃn Lame en el siglo XX, del sacrificado sacerdote indÃgena Ãlvaro Ulcué, a manos de paramilitares en 1984 en Santander de Quilichao; legado que recogen las organizaciones indÃgenas contemporáneas: el Cric, la Onic y la Asociación de Cabildos IndÃgenas (Acin).
El horizonte indÃgena se define en torno a la construcción de su identidad. En estas condiciones todo actor amenazante (guerrilla, paramilitares, terratenientes, Estado), estará en relación de externalidad a las comunidades.
No es que no tengan contradicciones internas; las tienen y a menudo violentas, pero se dirimen desde las tradiciones y preceptos inmemoriales, y por autoridades que son las suyas. La aversión a que su neutralidad activa, garantizada hoy por la Guardia indÃgena, sea considerada como resistencia es una salida al paso a todo intento de instrumentalizarlos y sobredimensionarlos, tanto por parte de la insurgencia como del Estado.
Al fin y al cabo ha sido tradición también que el Estado en lugar de aglutinarlos los ha antagonizado y fragmentado. Más aún, en vez de ganárselos con polÃticas de largo plazo, algunas autoridades estatales, en particular las militares, los siguen hostilizando con aberrante miopÃa, por ejemplo con prácticas oprobiosas, como las detenciones masivas, fundadas en imputaciones arbitrarias de informantes de dudosa o nula credibilidad, según lo constataron fiscales de la región, hace poco.
En el Norte del Cauca, departamento que concentra la más organizada y alta proporción de población indÃgena del paÃs, las comunidades se niegan a ser fichas o combatientes de uno u otro bando. Rechazo sin ambages a la mortÃfera incursión de las FARC en ToribÃo el pasado mes de abril; rechazo a la pretendida protección del Ejército; rechazo hoy a los intentos de desalojo violento por parte de la fuerza pública de los 2.000 comuneros y comuneras del resguardo indÃgena de Caloto que ocuparon pacÃficamente la finca denominada "La Emperatriz", que hace parte de los terrenos que el Gobierno se vio obligado a reconocer como indemnización, según sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por la matanza de indÃgenas en la hacienda de El Nilo; sin olvidar, por supuesto, la horrenda masacre por parte de paramilitares en la región del Naya en abril de 2001. Ni adversarios ni aliados, parece pues ser la prudente consigna de la sabidurÃa indÃgena, que no entienden ni la insurgencia ni el Estado.
Sentido de territorio
La segunda peculiaridad indÃgena es su sentido del territorio. El territorio dentro de la perspectiva indÃgena es una especie de santuario. Su papel simbólico está por encima del productivo. No es un espacio para el conflicto, no es recurso para la guerra -sentido estratégico-, sino para la vida -sentido primordial-. Dentro de tal territorio construyen su propia estructura de poder y sus formas de justicia comunitaria, que chocan, se complementan y en todo caso se diferencian de las del orden polÃtico nacional y por supuesto son ajenas a las prácticas sumarias del mundo guerrillero o a las expeditivas del orden contrainsurgente. De ahà su clamoroso reclamo en minga "que se vayan todos los actores armados".
Confianza en los valores
En tercer lugar, la fuerza de su actitud frente a la manipulación les viene de su confianza en los valores distintivos que le dan sentido a su vida en la más alta expresión: la cosmovisión que ordena la cotidianidad. Más que transformar, buscan conservar y recuperar. Su sentido del tiempo es muy distinto al mesiánico de la insurgencia. La resistencia que se les atribuye, no es estrictamente tal, ellos mismos lo dicen, es un movimiento esencialmente defensivo. Su objetivo declarado no es convertirse en parte de la guerra, sino eludirla y, llegado el caso, sobrevivirla con dignidad. Ante la brutalidad de los guerreros de todos los colores que quieren romper su sistema de autoridad, su cultura y su territorio, su cosmos y sus dioses, la sociedad entera tiene que rodearlos. Ellos ya han hecho lo suyo.
Hace meses, exhibiendo como única arma sus bastones, respondieron a las agresiones incluso con el ofrecimiento de la inmolación colectiva, con su alcalde, su escuela y su puesto de policÃa, construyendo murallas humanas heroicas e infranqueables, salvo por quienes -paras, guerrillas o a veces las mismas fuerzas del Estado- quieran emular en sus tácticas con los voraces terratenientes de siempre, o repetir el fiasco de los sandinistas con los misquitos. Que los dejen en paz, ejerciendo su legÃtimo derecho a la autodeterminación. Que ni los unos se reclamen sus protectores, ni los otros, alternativa revolucionaria a su miseria.
Tomado de: UN Periódico.
* Profesor del Instituto de Estudios PolÃticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia.