Por estos días, diferentes medios llaman la atención porque se acerca la celebración del día de la afrocolombianidad. Como toda celebración, va acompañada de eventos artísticos, desfiles, conferencias en instancias universitarias, presentaciones de bailes “típicos” en los colegios y la exaltación de nuestros deportistas y artistas afrodescendientes. Sobre este día debo escribir aquí.

La idea es escribir un texto donde se realce el aporte de los afrocolombianos al país, pero inevitablemente vienen a mi cabeza recuerdos, imágenes, textos, sonidos, enseñanzas, charlas y otras cosas que se entrelazan con la idea de hablar de los afrocolombianos en esta fecha tan conmemorada. Yo se que es común pensar que los aportes de la gente afro en este país se limitan a los triunfos y victorias deportivas o a la difusión del “folklor” mediante sus danzas de tambores y marimbas. De hecho mediante esta alegoría se hace honor al día de la afrocolombianidad. Por supuesto que son elementos destacables pero hay otra historia que también debería ser objeto de remembranza, y que no escucho nombrar por estos días. Tal vez porque implica mencionar otras cosas que no serían dignas de celebración alguna.

La población afrodescendiente está en nuestros territorios porque fueron producto de una trata de lo más antihumano que puede mostrar la historia. Simplemente porque la categoría de “humanidad” no aplicó para los africanos traídos desde el viejo continente que llegaron a estos territorios para poner su fuerza de trabajo a disposición de unas personas que detentaban el poder económico y político, los que si se hacían a símismos sujetos de una condición de “humanos”. Desde estos tiempos coloniales las clases dominantes los han insertado en formas económicas que poco o nada retribuyeron a generar unas condiciones dignas para habitar un territorio que no era suyo.

Sin embargo trabajaron sin descanso para generar riquezas para otros, las riquezas que contribuyeron al desarrollo de economías extractivas, al crecimiento de haciendas esclavistas y al poder económico de las familias “de renombre”. Con la fuerza de trabajo de los afrodescendientes se montó gran parte de la industria azucarera del Valle del Cauca, se han enriquecido las industrias madereras del Pacífico, se extraen los recursos marinos del Litoral, en síntesis, como este tipo de actividades son lo que hace parte del “progreso” y el “desarrollo” tan buscado por nuestros dirigentes políticos pues entonces nuestra gente afro contribuyó con ese proceso. Y lo hizo con sudor y sangre, porque no es gratuito que la gente del Valle del Cauca aún recuerde que algunas haciendas esclavistas tienen manchadas sus paredes con la sangre de los esclavizados, y por mas que los amos intentaran cubrir esas manchas con cal, volvían a aparecer, tal vez por la insistencia de que el pasar del tiempo no dejara en el olvido aquellos sucesos. Con cal quisieron borrar las atrocidades que cometieron, y no es para mas, pues de recordar esos hechos muchos apellidos de “élite”, de personajes que la historia que enseñan en los colegios llama “próceres” o “ilustrados” se verían tocados y por lo tanto se vería igualmente afectado el “orgullo nacional”.

Ni la cal, ni ningún otro elemento puede borrar la realidad de los descendientes de los esclavizados, porque ésta no se quedó en el pasado, ya que hoy toda una región del país, el Pacífico Colombiano, es el hábitat de estas personas, el cual también es un orgullo nacional por poseer una extraordinaria riqueza natural representada en sus selvas, en su abundancia de agua, en su diversidad animal, y más recientemente, a partir de la constitución de 1991, por su riqueza cultural por ser escenario de vida de afrodescendientes e indígenas.

Sin embargo, en medio de tanta riqueza la gente que vive allí presenta los Índices de Necesidades Básicas Insatisfechas más altos del país, pues para el año 1997 el 85% de las personas del Pacífico, frente a un 32% promedio nacional, no tenía un nivel de satisfacción de necesidades; así mismo el 60% se encontraba en un rango de absoluta pobreza[1]. Sumado a ello, el Litoral Pacífico es escenario de guerra y conflicto armado, lo que ha llevado a los afrodescendientes a una situación de vulnerabilidad y desplazamiento forzado. Al respecto hay algo que desde hace mucho tiempo me inquieta, ¿por qué razón una región tan rica en recursos es a su vez una región pobre en la calidad de vida de sus habitantes? O más bien, ¿por qué la región más pobre de Colombia es la región donde vive la población afrodescendiente?

Creo que caí en lo que no debía, nombrar los aspectos negativos de la realidad de la gente afrocolombiana, pues es época de celebración y tenemos que exaltar lo positivo. Es que cuando pensé por ejemplo en destacar el aporte en el folklor nacional, en los deportes y otras expresiones corporales, no dejé de preguntarme ¿por qué es tan llamativo el hecho de que una persona de piel negra llegue a ser reina de la belleza, o llegue a ganarse una medalla de oro en una competencia de alto rango, o haga parte de equipos de fútbol en Europa? Precisamente pienso que esto es así porque no han sido parte de los proyectos nacionales y cuando aparecen en escena la sensación de novedad se convierte en orgullo y en algo digno de destacar. Claro que es importante, pero y el resto de afrocolombianos ¿donde están? Es más, me asalta otra duda: ¿cómo funciona al mismo tiempo la exclusión de los beneficios de la nación y los proyectos de país y al mismo tiempo el orgullo de que sean excelentes deportistas, que bailen bonito y cocinen delicioso?

El Pacífico y el Caribe colombiano son las regiones de la gente afro, pero muchos de ellos ya no están allí porque les tocó ser víctimas de un conflicto armado del que no hacen parte como causantes, pero si como afectados. De la misma forma hay otra proporción amplia de esta población que también salió de sus lugares de origen, donde dejaron sus redes de pesca, sus espacios de cultivo, sus animales domésticos, sus bateas para sacar oro, y hasta sus propios hijos y padres para irse a las grandes urbes con la idea de vincularse a alguna actividad que les represente un mayor ingreso, lo que a su vez les permita sostener a sus familias, pues las actividades económicas en las que ocupaban su tiempo y de donde obtenían sus medios de subsistencia dejaron de ser productivas, algunas veces por la escasez del recurso y otras por su bajo precio en los mercados locales. Que curioso, muchas de estas personas desplazadas y migrantes salieron de territorios que por ley 70 podían disfrutar de forma colectiva, pero de eso no tienen conocimiento alguno porque tal vez nunca alguien les informó que eran beneficiarios de unos derechos como pueblo, o si de pronto lo sabían, igual no pudieron ejercerlos.

El hecho es que están en las ciudades con nosotros, insertados en diferentes espacios urbanos y utilizando diferentes estrategias de adaptación. Si bien una gran parte de esta población se encuentra asentada en sectores deprimidos de las ciudades en condiciones no favorables para garantizar un nivel de vida adecuado, muchas veces por su misma condición de desplazados, hay otro tanto que nos encontramos en los restaurantes de comida del pacífico, en las peluquerías afro, o vendiendo frutas y cocadas en las calles. Pero si en su región fueron excluidos de los beneficios del “desarrollo” que promueven las multinacionales, o sea quienes sí conocen y valoran el potencial económico de la región no para conservarlo sino para explotarlo desaforadamente, aquí en las ciudades la situación no es muy diferente pues la nación multiétnica y pluricultural, uno de los tantos orgullos patrios dignos de mostrar sustentados en la existencia de de la diversidad étnica de la cual hacen parte los afrocolombianos, en la práctica no parece funcionar. Para no ir tan lejos, las aulas escolares urbanas donde los niños afro desarrollan sus estudios son escenarios de discriminación y racismo explícito por parte de sus compañeros y profesores[2]. Las condiciones laborales no son las adecuadas por carecer seguridad social y por la discriminación latente en casos como el servicio doméstico donde los salarios son muy bajos y los tratos racistas son recurrentes.

Pero de la misma forma que en algún tiempo intentaron borrar la huella de la esclavitud con cal, hoy día se trata de ocultar con palabras nuevas la existencia del racismo en las ciudades. En alguna oportunidad charlaba con unos funcionarios públicos sobre el tema y les planteé la necesidad de pensar la multiculturalidad desde la cotidianidad, desde la escuela y otros espacios de socialización donde el racismo estaba presente. Al respecto me dijeron que no era necesario hablar con esos conceptos tan fuertes porque la idea era buscar la convivencia (o mas bien disfrazar el racismo digo yo).

Bueno, no se si fallé en el intento, además que dejo muchas preguntas sin resolver, pero pensar el en día de la afrocolombianidad me suscitó este tipo de reflexiones. Sin embargo asistiré a los eventos programados aquí en Bogotá para compartir la celebración, porque en ella también están unidos muchos esfuerzos de la gente afrocolombiana por ganarse un espacio en la nación, esfuerzo producto de lo que conté aquí y de muchas otras cosa más. Voy a ir, para vivir otra parte de la Colombia diversa. De la Afrocolombia en este caso.



[1] Datos tomados del Observatorio del Pacífico Colombiano. http://200.21.83.65/observatorio/index.php?option=com_content&task=view&id=16&Itemid=41

[2] Grupo de Estudios Afrocolombianos 2001 Informe final proyecto “convivencia interetnica dentro del sistema educativo de Bogotá”. Bogotá: Centro de Estudios Sociales- Universidad Nacional de Colombia, Secretaría de Educación Distrital.

(*) Antropólogo, Fundación Hemera y Grupo de Estudios Afrocolombianos - Centro de Estudios Sociales - Universidad Nacional de Colombia. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar