Por Fernando Dorado. Popayán, Colombia. Los extremos se juntan. Camilo Ospina, embajador del gobierno de Uribe ante la OEA, llama a la comunidad internacional a condenar la masacre de indígenas Awa ejecutada por las Farc.

 

Al primero, la denuncia de la masacre le sirve para tratar de ocultar la impunidad y la permanente violación de los derechos humanos por parte del Estado colombiano. Los segundos, intentan culpar a las víctimas. Avalan el crimen con el mismo argumento de los estrategas guerreristas gringos: "son efectos colaterales del conflicto".

 

La imperiosa necesidad de "ajusticiar soplones", principal argumento del parte de guerra de la columna Mariscal Sucre de las Farc, está elaborado con la misma lógica del ministro de Defensa Santos cuando exige a los pueblos originarios colaborar con las fuerzas armadas "oficiales". Ambos bandos dicen: "Si nos estas conmigo, estás contra mí." Pol Pot y Hitler bailan juntos en el infierno.

 

La "Minga Humanitaria" va al rescate de los cuerpos de nuestros indios Awa sacrificados. Es un acto eminentemente político. Los cadáveres deben ser convertidos en símbolos de vida. Es un mensaje de dignidad y fuerza pacífica. Es un llamado a la resistencia social y comunitaria. Nuestros ancestros claman por la solidaridad del pueblo colombiano y del mundo entero.

 

Esta nueva acción hace parte de la "liberación de la madre tierra" y del "caminar de la palabra". Es una gesta más de la Guardia Indígena nasa, de un pueblo invencible que - sin exagerar -, está a la vanguardia de las luchas indígenas y sociales de los pueblos andinos. Con bastones de mando (palos de chonta) - recurriendo sólo a su fuerza moral y espiritual - han retenido en varias ocasiones a miembros de las fuerzas armadas del gobierno y han hecho respetar su territorio de diversos actores armados. Basta recordar la acción en Pradera, Valle (23.01.07) cuando el ejército disparó contra 3 integrantes del resguardo o la detención temporal de los 35 soldados que asesinaron al esposo de Aída Quilcué, consejera mayor del CRIC en Gabriel López, Cauca (16.12.08).

 

Recuperar la memoria y reflexionar sobre nuestra historia

 

Detrás de esta dramática situación que hoy vivimos en el suroccidente colombiano existe una larga historia por conocer. Dos mentalidades que no acaban de encontrarse están aquí enfrentadas. La racionalidad europea queriendo imponerse, tratando de desaparecer la cosmovisión amerindia. Y no es de ahora. A nombre del progreso y la civilización los europeos casi exterminan a los pueblos indoamericanos. Sólo su inmensa capacidad de resistencia y sabiduría política les han permitido sobrevivir.

 

Muchos de esos pueblos adquirieron importantes experiencias en luchas territoriales prehispánicas. Enfrentaron los "imperios" inca, azteca, maya, muisca y otros. Durante la invasión conquistadora y la larga etapa de colonización, las comunidades indígenas defendieron su autonomía y su cultura, a veces aliándose con los mismos españoles, por ejemplo, cuando los terratenientes criollos blandían la bandera "progresista" de la independencia de España pero escondían el interés de apoderarse de sus tierras. Querían esclavizarlos a nombre de la libertad. Ello explica su espíritu autónomo y libertario.

 

Es milenaria y heroica la lucha de los qullas, nasas, mapuches, kichwas (quechuas), chamulas, choles, quichés, y cientos de pueblos amerindios. Defienden su derecho a existir como pueblos autónomos e independientes. Su herencia combativa está vigente, la portan en sus genes, es su memoria histórica y es su propia vida. Es un legado irreductible.

 

Los pueblos latinoamericanos, que hoy están construyendo su identidad pluriétnica y multicultural, cuentan con ese capital que es la experiencia de lucha de los pueblos indígenas. Allí tenemos más que historia. Gran sabiduría ancestral y un filón político inexplotado están esperando por nosotros.

 

Nuestra izquierda debe replantear su racionalidad europeizante (occidental)

 

La mayoría de "nuestros" partidos comunistas fueron fundados en los años 30 del siglo pasado (Punta del Este, Uruguay) bajo la influencia del Komintern. Dichos partidos nunca han profundizado seriamente en nuestro origen indígena. Incluso, en el momento de su fundación, en muchos países se desecharon tradiciones y conceptualizaciones auténticas que habían desarrollado socialistas como el "Amauta" peruano José Carlos Mariátegui y otros intelectuales latinoamericanos.

 

En el caso colombiano, se desconoció al Partido Socialista Revolucionario PSR que lideraban Tomás Uribe Márquez, María Cano, Ignacio Torres Giraldo, Raúl Eduardo Mahecha, y tantos otros dirigentes del naciente movimiento obrero neogranadino. Ellos mantenían relaciones estrechas con Manuel Quintín Lame, líder indígena caucano. Buscaban y construían identidad propia con perspectiva socialista.

 

Esa historia fue desechada por los nuevos partidos comunistas. Estos fueron construidos y manejados a control remoto desde Moscú. Se impuso una "línea" política que no valoraba nuestras realidades, ancestros, cultura, luchas y visiones. Es paradójico. Un siglo antes (1919) las oligarquías terratenientes latinoamericanas tomaban prestado el liberalismo ilustrado francés, y un siglo después, la dirigencia más avanzada de los pueblos indoamericanos nos dejamos poner la camiseta de un proletariado que no existía físicamente en América Latina. Después, se nos volvió una "camisa de fuerza". Todavía nos pesa y oprime.


La guardia indígena: lo que representa y trasmite

 

Los días siguientes a la llegada de La Minga a Cali se concentraba la guardia indígena a las 6 am frente a la malla de la Universidad del Valle que da a la avenida Pasoancho. El principal responsable de la guardia "Lucho" Acosta, un indio nasa alto y esbelto, de cabello largo, con voz de mando y gran capacidad organizativa, pasaba revista a sus "batallones". El primer día estaban formados por zonas. Resaltaban los colores y las pequeñas diferencias entre nasas del norte, del oriente y occidente, totoróes, kokonucos, guambianos (misak) y yanaconas.

 

En los siguientes días la "parada" de la guardia indígena era todavía más colorida, llamativa, emocionante y entusiasmadora. Habían llegado las delegaciones de otros departamentos y regiones: Valle del Cauca, Risaralda, Cesar, Guajira, Caquetá, Quindío, Chocó, Nariño, Antioquia, Huila, Córdoba, Caldas y Tolima. Allí estaban representados los Emberá Katíos, Eperara Siapidara, Pijaos, U´was y Awas, los Wayuu y Wiwas, Kankuamos, Koguis, Mokanás, Pastos, Ingas, y muchos más. Era un verdadero espectáculo multicolor.

 

Fue sorprende presenciar la actitud de los caleños. En esa zona de Cali habita población de clase media alta. Paraban sus carros o suspendían sus ejercicios matinales y se pegaban de la malla a observar los ejercicios de la guardia nativa. La gente aplaudía sin que ellos supieran por qué. Algunos lloraban de emoción. Se veían reflejados en esos indios "pobres", admirando ese decoro ancestral, recibiendo esa energía que trasmite quien es capaz de sufrir con la cara en alto. Había emoción y compenetración.

 

Ese pequeño ejército indio armado de bastones y de la palabra, les inspiraba a personas de estratos 4 y 5 de la capital vallecaucana, sentimientos de respetabilidad y de fuerza avasallante. Sentían un alivio al saber que todavía hay gente que se hace valer por lo que cree, por lo que son - campesinos indígenas - dispuestos a hacerse matar por su territorio y por vivir su futuro con dignidad.

 

Siguiendo este ejemplo, la sociedad colombiana y latinoamericana necesita construir su propia marcha humanitaria. Los demócratas y socialistas del mundo entero deben entender que en América está pasando algo que debe ser mirado con nuevas racionalidades. La mirada lógico-formal, falsamente científica, debe reemplazarse por nuevos enfoques. Pensar con el corazón, dicen los indios. Sentir y conectarnos con lo que somos. Es una tarea inaplazable. La guardia indígena nasa nos traza el camino.

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