Según versiones del CRIC y de la ACIN, alrededor de las 4 de la mañana de hoy 16 de Diciembre, el vehículo de la Consejera Mayor del CRIC, en el que iba su compañero Edwin Legarda con una misión médica, fue impactado con ráfagas de ametralladora "por hombres del Ejército Nacional, cuando iba pasando por la Finca San Miguel de propiedad del Señor Bolívar Manquillo, en la vereda Gabriel López del municipio de Totoró.
Si lo dicen el CRIC y la ACIN, póngale la firma. Hay que creerles, pues además tienen la prueba reina: 35, treinta y cinco militares detenidos por su heróica, ahí sí, Guardia Indígena con mayúsculas, que en ejercicio del mandato de sus autoridades tradicionales de la república, los cogieron con las "manos en la masa".
No podemos más que expresar nuestra indignación y rechazo a tan alevosa acción, máxime cuando viene de instituciones que tienen la misión y obligación de proteger a los ciudadanos. No podemos más que manifestar públicamente nuestra solidaridad con esa gran familia de pueblos en resistencia, Aida, sus hijos y familiares.
Conocemos bien, desde hace casi 20 años, la lucha denodada del CRIC y de la ACIN por desarrollar los derechos de los pueblos indígenas, su vocación democrática y la relación constructiva que han desarrollado con otros sectores sociales para construir perspectivas de vida con sentido, para hacer de esta Colombia amarga un espacio de paz, de justicia, de equidad, de derechos realizados, no nombrados, porque conocen bien el peso de las palabras, esas palabras que en boca de funcionarios y gobiernos parecen no significar nada ni tener ningún sentido.
No más hace unos días, en las instalaciones del Sena de Bogotá, compartiendo con la compañera Aida la mesa de diálogo, estaba el Ministro de Guerra, perdón, de Defensa, diciendo con sentida voz que si se demostraba que la policía se había "excedido" en La María, él, en persona, iría a la María a pedir público perdón.
Ahora ya no es la policía el actor, ya no es el enfrentamiento callejero el escenario, ya no es la refriega comunitaria la disculpa, ya no se trata de pedir perdón, porque un estúpido perdón no devuelve a la vida a aquellos seres valiosos e inocentes que fueron entregados a la muerte, de manera traicionera, cobarde y a mansalva.
¿Qué nos dirá el ministro de Guerra, perdón, de Defensa, a los indígenas y a los colombianos? Que se trata de otro caso de agresión salvaje aislado, de algunos miembros del ejército que no sabían lo que estaban haciendo, o que se equivocaron y creyeron que la camioneta del CRIC era un vehículo cargado de guerrilleros, y fue impactado por diecisiete (17) veces con un tiro perdido "disparado al aire" (de los pulmones) como dijera el General Naranjo.
Definitivamente este gobierno cambió el significado y el sentido de todas las palabras y estamos ante una verdadera "revolución", pero no de los pueblos, porque en el nuevo lenguaje las revoluciones no las hacen las víctimas de los abusos del poder y las ambiciones de riqueza, sino los victimarios, pobres víctimas de esas víctimas que sólo tienen como arma la palabra, palabras de paz, de armonía, de solidaridad, colectivas, que aprendieron de sus ancestros y sus ancianos.
Esas palabras que trataron de llevarnos a todos los colombianos caminando la palabra por casi todo el territorio nacional, y que desaparecen como lavadas por el primer aguacero, por la primera avalancha que se vuelve noticia y ocupa todas las planas de los diarios y noticieros, por las avalanchas de palabras mentirosas, vacías y tramposas, de los que tienen como oficio la palabra para engatusar en el congreso con reformas de todo tipo, para robar en los bancos con patente del Estado, o aparentemente sin ella como en DMG, o las de toda esa suerte de tramposos que gobiernan este país.
Esta noticia es desafortunada y cae en mala hora, cuando aprovechando la navidad y las vacaciones de los tediosos empleos todos nos aprestamos a reconciliarnos con nosotros mismos y con los otros, a parar la guerras internas y externas que mantenemos para dar lugar todo eso que ya no tiene tiempo ni espacio: el ocio, el amor, la familia, la lúdica, la danza, las relaciones de amistad con los otros. Y no parece un accidente, sino una malintencionada represalia por el impresionante ejemplo que nos dieron los indígenas caucanos a todos los colombianos en sus recientes movilizaciones.
Desde los tenebrosos años 80, históricamente la navidad ha sido época de tristeza y dolor para los batalladores por los derechos indígenas, sociales y populares, y mientras la gente pasea, compra y se divierte, las fuerzas oscuras hacen su sucio trabajo de dejar más familias de colombianos sin padre, sin madre, sin hermanos.
Que lástima que esta especie de seres no descanse, que no tenga un minuto de paz. Si el infierno y la justicia divina existen, seguramente cuando mueran serán condenados a "vivir" eternamente sin ella.
Mientras eso llega, sus víctimas tendrán que seguir enarbolando la palabra, la persistencia, la resistencia, los anhelos de paz, la vida y la acción organizada, como única alternativa de pervivencia y dignidad. Para todos ellos, nuestra voz de solidaridad y apoyo.