SIEC, Colectivo de Trabajo Jenzera/ Efraín Jaramillo Jaramillo. Buenaventura, Colombia. A la inversa de nuestras sociedades, donde las rupturas culturales abren el camino para los cambios económicos, en los pueblos étnico-territoriales son los cambios económicos los que han introducido los cambios culturales.

Los estudiosos de la realidad social colombiana que se valen de herramientas conceptuales de la economía política para analizar nuestra sociedad, son propensos a buscar en la esfera de la economía (producción material) la naturaleza de los cambios sociales. Aplicando consecuentemente estos conceptos deducen, que mientras no se presenten rupturas en la economía, no se producen cambios sociales. Con este presupuesto se entra a catalogar que es "lo pasivo" y que es "lo dinámico", que es lo "central", que es lo "marginal", quienes son los "protagonistas" y quienes son los "agentes secundarios" del cambio social.

Al ver las cosas desde esta perspectiva, esquemática por cierto, no resulta raro que los movimientos sociales de los pueblos indígenas y negros sean considerados asuntos marginales. Serían espectadores del acontecer social. La razón: Al vivir la mayoría de estos pueblos bajo economías de subsistencia, al margen del mercado y sin ingerencia en la economía colombiana, no tendrían peso suficiente para agenciar cambios sociales.

Aunque estas visiones ortodoxas son más comunes de lo que uno piensa, crece el número de pensadores (no sólo antropólogos) y políticos que se percatan que los cambios sociales también pueden ser inducidos desde la esfera de la cultura. Aún más, perciben que los cambios sociales sin rupturas en el ámbito cultural no son ni verdaderos, ni auténticos, ni duraderos, pues la cultura (en su acepción antropológica) es el conjunto de procesos simbólicos a través de los cuales se comprende, reproduce y transforma la estructura social, y abarca, por lo tanto, todos los procesos de producción de sentido y significación, y las formas que se tiene de vivir, pensar y percibir la vida cotidiana.

Es por esto que nos atrevemos a afirmar que los indígenas y los negros han contribuido en una serie de transformaciones sociales y culturales que ha vivido la sociedad colombiana. Bástenos sólo ver los cambios de percepción que se han venido dando en estos últimos años, con referencia a las nociones de ciencia social, desarrollo económico y cultura. Ya no se acepta la validez de una sola vía en el desarrollo de las ciencias sociales. También ha sido bastante debatida la idea de modelos universales de desarrollo económico y social. Y a la par que se reconoce la legitimidad y la importancia de la multiculturalidad, marcha también la idea de que en nuestra sociedad pluriétnica, los sistemas tienden, más que a obedecer leyes, a crear nuevas leyes. El valor de los conocimientos de indígenas y negros ha sido no solamente reconocido, sino que de ellos se han beneficiado los colombianos. Los estudios que se vienen haciendo sobre esa lógica "detrás de la vida" y el comportamiento y espiritualidad de estos pueblos, muestran otros sistemas de organización, producción, distribución, reproducción, otras formas de aplicar el conocimiento y maneras diferentes de entender el desarrollo.

Esta reflexión sobre la cultura no la han tenido en cuenta ni las corrientes del pensamiento liberal ni el pensamiento marxista ortodoxo. Este último, al poner el énfasis, como señalamos antes, en lo económico y en lo político para explicar los cambios sociales, escamotea el papel dinámico y central de la cultura en la reproducción de la sociedad.

Tanto indígenas como negros, en los momentos fundacionales de sus movimientos, se hicieron la pregunta acerca de las identidades culturales de sus pueblos, pues intuían que allí, se encontraba la fuerza para juntarse, crecer y lanzarse a cambiar el mundo adverso que les habían impuesto. Estaban en lo cierto, pues la cultura es también una visión del mundo, una forma de expresar y definir lo que los pueblos sienten y desean, que son los motivos que los movilizan.

Varios hechos históricos recientes muestran que muchos pueblos se movilizan, no por lo que es la realidad en sí, sino por la representación que tienen de ella. Y estas representaciones obedecen a modelos culturales y formas particulares de percibir las situaciones sociales que viven.

Son estas formas de percibir lo social lo que nos lleva a afirmar que los movimientos indígenas y negros, han puesto su grano de arena en la construcción de un pensamiento que impugna no solamente la legitimidad de las oligarquías y el clientelismo, sino también la solvencia del discurso tradicional de nuestras izquierdas para pensar y organizar el cambio social, ante todo para aglutinar a los excluidos alrededor de un movimiento que se proponga la democratización del Estado y la sociedad. Lo más prominente de este pensamiento es que plantea la necesidad de que los movimientos sociales se apersonen de los aspectos políticos de sus reivindicaciones, para evitar así su estrangulamiento y distorsión por parte de programas totalizantes, repetitivos y uniformes. Se apunta entonces a colocar los cimientos para una democracia representativa, que no cobra vida "...si no tienen expresión pública una gran variedad de formas de organización social (...) hasta el punto de que muchos han llegado a evaluar el estado de democracia en una sociedad por la amplitud de alternativas que ella organiza, por la diversidad de soluciones que propone." Alaine Touraine.

Este pensamiento, aunque ya ha sido presentado en sociedad por algunas manifestaciones como la Minga indígena y popular, todavía es pequeño y tiene enormes adversarios en partidos y en esquemas de pensamientos rígidos y dogmáticos. Por eso como alternativa se traza la necesidad de abrir espacios a la diversidad de pensamientos e ideas políticas y organizativas en sociedades multiétnicas y pluriculturales como las nuestras. Naturalmente que este pensamiento está diametralmente opuesto a concepciones autoritarias del poder, tal como lo vienen ejercitando algunas "vanguardias" de la izquierda y de los movimientos armados.

Nueva institucionalidad

Este nuevo discurso que viene emergiendo, requiere por lo tanto una nueva institucionalidad, que tenga como base la diversidad de la vida y la participación de todos los excluidos. De allí que sean los sectores tradicionalmente desconocidos y perseguidos por todos los dogmatismos, voluntarismos, vanguardismos, sectarismos y autoritarismos, los que han cultivado y preservado con celo este pensamiento y sus principios democráticos para construir un nuevo país: indígenas, negros, campesinos sin tierra, desplazados, ecologistas, movimientos culturales, mujeres, cristianos que están por el pluralismo y que ya no creen que el evangelio es la única verdad, sectores intelectuales comprometidos con el cambio social, en fin, colombianos del común, hastiados de que los autoritarismos y las armas decidan sobre su futuro.

Descolonización de la cultura

Estamos viviendo un periodo que se caracteriza por el afianzamiento del neoliberalismo como sistema económico, la ampliación de las desigualdades sociales y concentración de la propiedad agraria. No se vislumbran en el horizonte rupturas económicas que auguren cambios sociales. Sin embargo intuimos cambios en el ámbito de la cultura. No solo nos lo dicen "los pálpitos del corazón", también lo vislumbramos en el rechazo creciente contra el autoritarismo, la corrupción, la violencia política, la exclusión, etc. Y estos son cambios culturales que presagian un nuevo periodo histórico. Y es que los periodos históricos, como mencionábamos antes, no se caracterizan solamente por cambios en la estructura económica. Se avecinan, se reconocen en las rupturas culturales. Si en el discurso de la derecha, pero también en el de la izquierda tradicional, no encontramos ninguna referencia a la cultura como parte orgánica de la reproducción social, es debido a que persiste en ambas doctrinas la idea de lo cultural subordinado a lo económico y a lo político.

En las prácticas del "socialismo real", hoy desplomado, la esfera de la cultura había sido colonizada por la política, mutilándole su capacidad creativa. En occidente, en el mundo capitalista, la cultura fue colonizada por la esfera de lo económico, convirtiéndola en una mercancía.

Es por eso que este nuevo discurso apunta también hacia la descolonización de la cultura. Una descolonización que traiga consigo el empoderamiento de la sociedad civil, partiendo del reconocimiento de su composición plural y enaltecimiento de sus pueblos étnico-territoriales.

La naturaleza de los cambios sociales en los pueblos étnico-territoriales

A la inversa de nuestras sociedades, donde las rupturas culturales abren el camino para los cambios económicos, en los pueblos étnico-territoriales son los cambios económicos los que han introducido los cambios culturales. Aunque usualmente se dan cambios con el contacto y aculturación que han tenido, para los pueblos indígenas y negros los cambios económicos se han presentado principalmente en el territorio, que es la fuente de toda apropiación económica para la supervivencia. La alteración en estas relaciones con la tierra ha sido la mayor gestora de los cambios culturales. De allí que desde siempre la lucha de los indígenas por defender sus territorios (su base económica) fuera una lucha por la supervivencia cultural. Esto lo entrevieron los fundadores de las organizaciones y movimientos étnicos del país, en el transcurso de sus luchas. Y esto lo vislumbran actualmente los indígenas del resguardo de Jambaló, cuando haciendo uso de sus atribuciones jurisdiccionales ordenan suspender todas las actividades de procesamiento de alcaloides en su territorio, pues esta economía que obedece a intereses y demandas ajenas a sus comunidades, está socavando la economía propia y sus planes de vida.

Aunque la noción de territorio, implícita en el cúmulo de ideas que orientaron las luchas de las primeras organizaciones de indígenas y negros, se reducía a ver a éste como el espacio donde se encontraban los recursos[1] para la pervivencia física, muy pronto se superaría este "reduccionismo económico" en la concepción del territorio, cuando en estos movimientos comenzó a insinuarse, de forma más explícita, una identidad cultural propia, como el cimiento de sus estructuras políticas, ideológicas y jurídicas para perfilar las luchas por el territorio y poder enfrentar con éxito a sus enemigos.

El territorio deja de ser visto como un mero recurso económico, para convertirse en el hábitat donde también medran una cultura y una identidad propias. Recuperación territorial se convierte en un sinónimo de recuperación cultural. Pero también al revés: en el cruce de caminos del imperativo de fortalecer la identidad propia y de la necesidad de darle un sustento ideológico y político a sus luchas por la tierra, es que los indígenas rescatan al resguardo, como el espacio para el desarrollo y construcción de un proyecto de vida propio. El resguardo, una creación del régimen colonial, es apropiado (recuperado) por los indígenas y transformado en la "célula madre" del territorio indígena.

Para el caso de los negros, es el palenque el espacio que permitió el desarrollo de una identidad y un ideario para construir los gobiernos autónomo. El palenque, a diferencia del resguardo, es un espacio de refugio y libertad creado por los negros cimarrones. Hoy día, el PCN rescata el concepto de palenque, más en términos político-organizativos que territoriales. Un palenque es una instancia política conformada por varios consejos comunitarios de una región[2].

Es al calor de estas luchas por la tierra y por la defensa de sus territorios que los indígenas, los campesinos y los negros comienzan a reconocerse, pues aunque diferentes culturalmente, comparten los oprobios de una clases egoísta que los excluye. Es un encuentro y reconocimiento que no está exento de conflictos, pues muchas veces compiten por el mismo recurso, la tierra. Pero también aquí, es la cultura, aquella que los diferencia, la que propicia el camino para el encuentro. En la construcción de un ideario común para sobrevivir a la discriminación y la violencia, descubren un pensamiento telúrico común y experimentan la dependencia que tienen de sus territorios para la supervivencia física y cultural.

El desconocimiento de las culturas

El desconocimiento de culturas y etnias por regímenes autoritarios, no solo no ha liquidado sus identidades y disuelto sus pueblos, sino que ha conducido a una vigorización de estos. Así sucedió en Roma con el antiguo cristianismo. Así sucede en los países de la ex Unión Soviética o de la ex Yugoeslavia, donde emergen nacionalismos sustentados por pertenencias a grupos étnicos que despedazaron esos Estados. En otros Estados que viven bajo la égida del capitalismo, la emergencia de un discurso "cultural contestatario" ha conllevado rasgos fundamentalistas (caso Irán y algunos países árabes).

Y es que el fundamentalismo es un producto del desconocimiento autoritario, pero también la forma que a menudo adoptan los subyugados para responder al poder que los oprime. Pues cuando un discurso, ya sea cultural, clasista, antiimperialista, pacifista o guerrerista, etc., busca subordinar la totalidad de la realidad social a su punto de vista, genera respuestas del mismo tenor por parte de los subordinados.

Las Farc saben mejor que nosotros, que el despotismo criminal de Carlos Castaño, fundador de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, fue una respuesta a su despotismo. "Construyeron a su propio enemigo". También saben las Farc que el Quintín Lame, movimiento armado de los indígenas del Cauca en los años 80, tuvo que ver con la defensa de los territorios indígenas, pero se fortaleció para contrarrestar los atropellos y tiranía del VI frente de las Farc.

Sabemos que el pensamiento e ideología de las Farc ha adolecido de una falta de sensibilidad para abordar los temas actuales de nuestro tiempo: la problemática étnica, la diversidad cultural, la cuestión de género, la ecología, etc. Pero lo que les ha faltado en sensibilidad les ha sobrado en soberbia. Muchos de los reclamos que los pueblos indígenas les han hecho a las Farc han tenido que ver con esta falta de sensibilidad y derroche de arrogancia.

Pero lo que está sucediendo últimamente es sin embargo algo que no se explica únicamente con una falta de sensibilidad, soberbia o ignorancia por parte de comandantes o milicianos de los grupos guerrilleros que cometen estos atropellos contra indígenas y negros. Asaltan las dudas. ¿No será que algunos de sus frentes o algunos comandantes o sencillamente algunos milicianos están prestando su poder y alquilando sus armas para defender intereses económicos de narcotraficantes? Si es así, ¿dónde radica la diferencia de estos sectores de las Farc con aquellos grupos económicos que también agencian la violencia y desalojan a las comunidades para expandir ganaderías o sembrar banano, plátano y palma aceitera?

Saramago, con las sencillas y lucidas palabras que caracterizan sus reflexiones lo explica: "..... a los campesinos muertos cómo se les explica que unos son el producto del terrorismo de Estado y los otros son consecuencia de la violencia revolucionaria... ..... yo no puedo...."

Nosotros tampoco lo podemos explicar, como tampoco podemos entender que organizaciones sociales humanitarias y de derechos humanos, que dicen velar por los intereses de pobres y oprimidos, solo registren los crímenes cometidos por el Estado y los paramilitares y traspapelen aquellos asesinatos de las fuerzas guerrilleras. Esto confunde y tampoco lo entendemos nosotros ni los awa. ¿Será que con este silencio se les quiere dar a entender a los awa que el puñal que los mató tenía alguna razón histórica? Un cuchillo que era empuñado por hombres que a la par que dicen luchar por una vida mejor para los colombianos, le niegan la vida a un pueblo que, como lo recordaba recientemente Jairo Chaparro, "....creen que los árboles no se pueden machetear, porque son personas y sangran, y que el sol, la luna y las estrellas son gentes que andan por el mundo celestial con luces de mayor o menor intensidad".

Los pueblos indígenas tienen el talante y la solvencia moral para decirle a los violentos que hoy se ensañan con la vida de sus indefensas comunidades, que ellos seguirán defendiendo sus territorios y continuarán ejercitando su bien ganada y merecida autonomía para decidir sobre su futuro. Todos estos esfuerzos por la vida y bienestar de sus comunidades los seguirán realizando así no sean tenidos en cuenta y ni siquiera comprendidos por las Farc, los paramilitares o los poderosos de este país.

De lo que si pueden estar seguros los grupos guerrilleros y paramilitares, y de esto hay muchas experiencias en el mundo, es que las culturas indígenas y negras, así queden maltrechas de todos estos atropellos, sobrevivirán a las ideologías y a los regímenes autoritarios que piensan imponer. Y después de esta noche oscura que estamos viviendo en el país, recordaremos con orgullo y agradecimiento a todos estos mártires de los pueblos indígenas y negros, que también lo son de Colombia, que por guardar con fidelidad sus creencias y vivir el mundo de sus mitos, y no entender el tiempo de la guerra revolucionaria, sean ajusticiados por "sapos", por aquellos que por "vivir el mundo de la guerra y sólo ver el dinero, las armas y el poder, nunca entenderán el mundo de los mitos y, por eso, tampoco llegarán a comprender que otro mundo es posible" (Jairo Chaparro).

[1] Aunque para el caso indígena, el programa de lucha del CRIC figuraban la educación propia, la elimin ación de la servidumbre ("no pago de terraje") y la defensa de las autoridades propias, los cabildos, indudablemente que en esa etapa fundacional del CRIC, la lucha por la tierra orientaba casi todas las acciones y ocupaba todos los esfuerzos organizativos.

[2] Durante los debates de la ley 70, el gobierno se opuso a que se empleara el término palenque para denominar la instancia organizativa de los territorios colectivos de las comunidades negras. Por el contrario impuso el término Consejo Comunitario, para impedir el empleo de un término con claras connotaciones históricas de rebeldía y resistencia.


Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar