Porque, a diferencia de los turistas que disfrutan las ventajas de la seguridad democrática y su campaña promocional "Vive Colombia, Viaja por ella", estos "turistas" no viajan escoltados por las caravanas del ejercito, no salen en campañas publicitarias hablando de los maravillosos paisajes, la deliciosa comida, o la hospitalidad de la gente, y aunque están muy cerca al centro histórico, "viven" a tres cuadras del palacio presidencial y el congreso, no hacen parte de esa ola de interesantes y ricos turistas que cada vez es más visible en la Candelaria.
En cambio llevan más de dos meses instalados en improvisadas carpas hechas con lo que sea que logren encontrar, allí intentan refugiarse del frío, del sol, del agua, cocinando en pequeños fogones de leña, comiendo lo que sea que logren conseguir, bañándose en las contaminadas pocetas que pretenden adornar el parque, en el que los domingos se combinan las jornadas de aeróbicos programadas por el distrito, con las filas de niños desnutridos esperando por un pocillo de aguapanela, con pan (si tienen suerte), y las hileras de ropa sucia o limpia que se extiende alrededor de los cambuches.
Refundidos en esa extraña especie de nuevos turistas, se encuentra doña Alba con sus dos hijos, con la piel llena de escamas debido a una alergia que desarrollaron por bañarse en, como ellos las llaman, "las piscinas" del conjunto residencial. Tiene los labios morados y la garganta ronca del frío que ha tenido que soportar todos estos días. Ha tenido fiebre de hasta 40 grados, y lo único que había comido a las 5 de la tarde cuando la fui a visitar era una taza de tinto que le habían regalado los vecinos del cambuche de al lado.
Como doña Alba hay cientos, miles de personas que a diferencia de los turistas convencionales no pudieron hacer la maleta, seleccionar el destino de viaje y disponer de los recursos necesarios para tener unas vacaciones memorables en la cosmopolita Bogotá. A ella, como a muchos otros, les tocó salir corriendo con lo poco que llevaban (por lo general lo único que logran sacar es a sus hijos), escapando de la guerra y de los intereses que la sustentan y que, aunque se insista en negarlo, en Colombia siguen desplazando, desapareciendo y matando gente.
Ella es una líder comunitaria, y con los pocos recursos que tenía, pero con muchas ganas de ayudar a personas en similares condiciones, montó una fundación, El Renacer de la Familia, que trabaja en el sector de Ciudad Bolívar. Como todos, o la gran mayoría de desplazados que se encuentran en el parque Tercer Milenio, el antiguo Cartucho, ella tiene un registro ante Acción Social y ha invertido miles de horas haciendo fila, pidiendo algún tipo de auxilio y atención en las oficinas de la UAO (Unidad de Atención al Desplazado), sin que ninguna de las "ayudas" resulte eficaz y mucho menos suficiente.
"Después de un año de pedir en la UAO me dieron un bono para hacer mercado en Colsubsido de la 63, pero es que allá es muy caro, una cubeta de huevos vale ocho mil pesos, mientras en el barrio la puedo conseguir a cinco mil, no puedo comprar cosas de aseo ni nada de eso, como si nosotros fuéramos animales sin derecho a bañarnos o lavarnos los dientes. Además no tenía plata para el taxi, ni para la buseta, ¿cómo me voy para mi casa, a pie?
Estoy aquí porque no tengo para donde ir, me dieron mercado pero debo 6 meses de arriendo, me cortaron la luz y el agua, y la dueña de la casa me dijo que iba a ir con la policía. Mire la fecha y no le he comprado el uniforme a mis hijos. Yo necesito que me resuelvan algo, pero de verdad, el gobierno dice una cosa por televisión y todo el mundo piensa que los desplazados la estamos pasando muy bien, hablan de subsidios de vivienda, pero uno va y le dicen que no hay plata, hay que esperar. Dicen que nos están dando plata para proyectos productivos, pero a las que más les dan han recibido un millón y medio de pesos, y uno qué hace con eso si debe arriendo, servicios y tiene niños llorando por hambre"
La preocupación central de doña Alba, y con toda razón, es conseguir una casa y una entrada económica que le permita sobrevivir, mantener a sus hijos y seguir trabajando en la fundación. Como ella dice, "tener un lugar donde meter la cabeza". No está pidiendo ni restitución, ni reparación, porque sebe que eso está muy lejos; que el gobierno le devuelva lo que perdió es casi que imposible. No le puede devolver a su esposo ni a su hermano, no le puede restituir la horas de angustia intentando mantener a sus hijos vivos mientras llegaban a Bogotá, ni el mar de humillaciones que ha tenido que padecer por ser desplazada, mucho menos el millón de lágrimas que recorren sus mejillas cuando se acuerda que tuvo que comer de la basura, o fue obligada a pedir limosna para una red de trata de personas que habían secuestrado a su hijo. Nada de eso se lo puede restituir el gobierno, por lo tanto sólo pide, al igual que los 2.300 desplazados que están el parque, y probablemente como la mayoría de los 4 millones de desplazados que hay en el país, lo básico, aquello que como humanos y sociedad nos comprometimos a garantizarle a cada ser humano sobre este territorio.
Mi preocupación y no sé si con razón, es sobre la clase de seres humanos y de sociedad en la que nos hemos convertido, en donde no sólo seguimos de largo mientras miles son asesinados y desterrados porque le estorban al proyecto político y económico, sino que somos capaces de planear y tener jornadas de aeróbicos en frente de la mirada desconsolada y triste de mujeres como doña Alba y sus hijos, y luego ir a nuestras casas pensando en lo feo que se veía el parque con toda esa ropa extendida, y esa gente sucia haciendo hogueras y bañándose en las pocetas. ¡Tan bonito que era!