transmilenio archivo pae2012 copia 2

Por: Héctor Pineda S. *

Viajar en los “articulados rojos” del transporte público en Bogotá es una experiencia  urbana reveladora. Por supuesto que no me refiero a la evidente rapidez que se alcanza en la calzada monopolizada de las “troncales”, comparada con la paquidermia del trancón en la vía donde compiten busetas contaminadoras, vehículos de tracción animal (también humana), taxis, carros particulares, motos de los más variados estropicios, destartalados bicitaxis, “alimentadores”, semáforos inservibles y, en muchos tramos, revuelto con el tropel de peatones que se cruzan para alcanzar la orilla opuesta de la vía. Viajar en “transmi”, por ahora, es mucho más rápido que cualquier otro modo de transporte público o privado.

 

Para principiar a contar le experiencia de un “transminauta” inexperto, como el que escribe,  la primera sensación que se experimenta es de inseguridad. A lo mejor, producto de las múltiples advertencias del “cosquilleo”, del robo de celulares, atropellos a mujeres y niños, en medio de los apretujones que padecen los usuarios debido a que el “sistema”,  diseñado para transportar más o menos ochocientos mil usuarios, al día de hoy se encuentra mega saturado por la demanda de más de un millón quinientos mil pasajeros que se arremolinan en las puertas transparentes de las estaciones en las “horas picos”. Los “rebotes” ciudadanos no se han hecho esperar (varios de ellos “recalentados” por opositores polistas) y las autoridades están urgidas en acelerar la puesta en marcha del sistema “multimodal”, incluido el metro.

Superada la sensación inicial, cuando se ingresa al “articulado”, después de una ojeada rápida a los que ingresan o venían viajando, de descubrir a un joven profundamente dormido con el morral aferrado contra el pecho, a la señora con un bebe en brazos que trastabillando se apresura a buscar las sillas azules (exclusivas para ancianos y mujeres en condiciones especiales), al “punqueto” que hace equilibrios sin agarrarse de las barras metálicas atornilladas del techo, observar a la pareja que  se amaciza en un largo beso de estación en estación o los amigos que comparten audífonos y mueven al tiempo las cabezas y los dedos de las manos siguiendo el ritmo de la música en una imaginario baile matutino, después del instantáneo escrutinio, tomas posesión de la silla roja. El vecino o vecina poco importa. Nadie cruza palabra con el de al lado que, la más de las veces, va sumido en su propio mundo, con un par de audífonos escuchando música o noticias. Buscas distraer la mirada leyendo el aviso luminoso que anuncia las estaciones o escuchando la imitación de la voz de metro del primer mundo que anuncia las paradas: “Próximas paradas…”, mientras el articulado aumenta la velocidad en su carril exclusivo, y con el pie apoyado en la saliente del piso, tratas de mitigar el efecto  resbaladizo del asiento en el culo.

A los primeros minutos de viaje se pierde interés en los avisos y la atención se extravía en la monotonía de la voz anunciante de cada estación. Inevitablemente, buscas otro lugar donde continuar el viaje. Levantarse de la silla y ubicarse en el redondel arropado por el fuelle de la articulación del articulado, créanlo, es llegar al lugar en el cual se viaja con mayor comodidad.  La espalda recostada al fuelle, además de seguridad y de control sobre los objetos personales, te permite mejor visualización del entorno. Sin levantar la mirada puedes chatear, leer y, sin exagerar, hasta dormir de pie sin perder el equilibrio. Por supuesto, si se padece de claustrofobia no es lugar indicado y, en la troncal de la Caracas, se siente el desbarajuste de los baches de las lozas quebradas por el relleno fluido.

Ausencia de baños, falta de agua potable, falta de canecas para la basura, láminas de aluminio deterioradas, entre otras, percibe el “transminauta” inexperto. Ojalá todo mejore.

*Constituyente de 1991

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar