Por Mario Serrato

Tuve la oportunidad de ver un excelente documental sobre el proceso de paz en Sudáfrica.Casi cinco décadas del mas obtuso modelo de relación entre blancos y negros y las formas mas inadmisibles de la injusticia se reflejaban en los rostros, actitudes y corazones de los habitantes de un tierra que tuvo la mala fortuna de ser colonizada por el odio y el racismo.

Colonización que llegó incluso a los corazones de los propios africanos que padecieron la toma de sus tierras por invasores europeos y la muerte de su dignidad estrangulada por los manos de la injusticia, esta última elevada a los modos más incomprensibles y extraños de la soberbia.

Steve Biko, un joven feliz que lideró durante la década 1970 la lucha pacífica contra el apartheid, fue detenido juzgado, torturado y muerto en una cárcel después de ser condenado. Tras ello, el juez pretoriano que lo condenó, ordenó que sus cenizas fueran llevadas a la celda en que se encontraba y en donde fue tortado hasta morir, con el fin de hacerle cumplir la totalidad de la pena. Su delito: Traición al régimen del apartheid.

Ejemplos como este abundaron en más de medio siglo de ignominia gubernamental de la minoría racial que dirigió los destinos de esa nación atormentada. Entre las mismas facciones de la población afro se presentaron masacres dantescas y odios seculares suficientes para darse muerte  solo por pertenecer a etnias diferentes. Matanzas de mas de doscientas personas en un mismo hecho se dieron con una frecuencia tal que hacía imposible continuar sentados en la mesa de diálogos en la que el único requisito consistía en decir a verdad.

En alguna ocasión a Nelsón Mandela, aún en la cárcel, le comunicaron que la minoría blanca había impuesto el idioma africanner como el oficial de la nación con la consiguiente prohibición de las muchas lenguas encentrales de las diferentes comunidades negras que habitaron esa tierra desolada millones de años atrás.   Mandela, tan grande como siempre, le pidió a su pueblo que aprendiera el africanner con el fin de conocer de modo más cercano el pensamiento de sus opresores, no con ánimo de atacarlos, solo con el propósito de conocerse mejor para facilitar el entendimiento con el que alcanzarían la paz.

En las mesas de la verdad, hijos, esposas y madres escucharon entre lágrimas y gritos los frios pero sinceros relatos de los torturadores y asesinos profesionales del sistema. Ninguna de esas personas se impuso alegando que por el hecho de haber sido asesinado su padre o su hijo debía considerarse imposible o inadmisible el diálogo o la paz.

Sudáfrica padeció actos de terrorismo, masacres, discriminación, impunidad y tormento, sin embargo ese puñado de hombres entre los que Mandela no fue más que uno más de los protagonistas de la paz, consiguió hacer a un lado sus odios, sus viejos rencores ancestrales, incluso sus detestables argumentos raciales y alcanzaron una paz imposible.

¿Como se puede explicar tamaño logro? La respuesta es simple: la grandeza de los actores que protagonizaron la realidad de Sudáfrica en ese momento de su historia era incomparable.

La Colombia actual presenta en cambio actores con la grandeza humana de José Obdulio Gaviria, quien con su ficción política no ha hecho cosa diferente que mostrar su pequeñez moral; la figura uraña de Fernando Londoño Hoyos, quien en sus intervenciones despide un vaho de manipulación de la cosa pública tan hediondo que hace difícil escuchar su voz sin sentir su halitosis y las más deplorable: la actitud pendenciara y vindicativa de Alvaro Uribe. A este terceto de enanos de la historia se les debe sumar el cinismo ciego de Jesús Santrich y la pose de dueño de la razón de  Iván Márquez.

Los diálogos en La Habana deberían suspenderse un rato corto para que los negociadores y todos los colombianos observemos con detalle el modo en que los sudafricanos lo lograron a pesar de que existían entre ellos razones más profundas para odiarse que las que nosotros solo usamos para matarnos.

Es hora de pensar que la paz se consigue, antes que con argumentos y razones, o con la derrota militar del enemigo, con la grandeza de quienes componemos la nación y la de los  dirigentes y protagonistas de los destinos nacionales. El eventual fracaso de las negociaciones de paz en La Habana dejaría al país sumido en una guerra interminable y pondría en evidencia la pequeñez de nuestra nación.

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