Por Mario Serrato

"...el Presidente de la República insiste en que las consultas previas, o las decisiones sobre obras basadas en el consenso, se han convertido en un obstáculo para el progreso. Razón que obliga, según dice, a su regulación mediante la intervención, casi siempre equivocada del Congreso".


Imagine usted que una civilización extraterrestre con millones de años de desarrollo tecnológico, por supuesto superior al de los habitantes de la tierra, decide hacer una especie de autopista intergaláctica y por razón de los vientos interespaciales, encuentra que el sitio más apropiado para hacerla, atraviesa la órbita de un incómodo planeta al cual sus habitantes llaman La Tierra.

Los ingenieros de la tecnología superior ni siquiera se toman la molestia de establecer el daño que puedan hacer con su obra a los habitantes de ese planeta infortunado. Inician sus actividades de remoción y consecuentemente destrucción total del obstáculo; entre tanto, en algún lugar del planeta  destinado a desaparecer,  un hombre alega con el alcalde de su localidad para que una carretera ya diseñada no pase por su casa, carretera que derribaría sus recuerdos, sus nostalgias y también su único patrimonio.  El alcalde lo vence en juicio gracias a que se imponen los argumentos del progreso. Mientras, los delfines que se percataron del grave peligro que se cierne sobre el planeta, organizan su retirada apoyados por otra cultura extraterrestre que los protege. Su plan contiene una ironía, deciden dejar un mensaje que dice: ¡Hasta luego, y gracias por el pescado!. Sin embargo, algo sale mal, la burocracia de la empresa de ingenieros intergalácticos activa su tecnología de destrucción cinco minutos antes del tiempo establecido, con lo que delfines, humanos y todas las especies desparecen de la faz del sistema solar en un instante. 
Esta mención libre e inexacta de la obra de Douglas Adams, "Guía del autoestopista galáctico", nos permite aproximarnos a una realidad que deseamos ocultar con argumentos en los que el progreso parece ser la panacea. También refleja que tarde o temprano las obras de ingeniería de hoy, las que en principio solo afectan a quienes tienen menos tecnología, (entre estos, indígenas y afros) y por lo mismo menos poder,  avasallarán y destruirán a los desarrollados, créalo... es solo cuestión de tiempo. 
En recientes declaraciones, reitero en ellas, el Presidente de la República insiste en que las consultas previas, o las decisiones sobre obras basadas en el consenso, se han convertido en un obstáculo para el progreso. Razón que obliga, según dice, a su regulación mediante la intervención, casi siempre equivocada del Congreso. 
Esa regulación, elaborada por esas manos tan cuestionadas y claramente incapaces, nos entregará unas consultas previas inocuas,  inútiles e insuficientes para impedir previsibles daños ambientales, culturales o comunitarios. Daños que podrían  evitarse mediante el empleo de la figura del consenso en el que los actores del fenómeno, cualquiera que este sea,  en una mesa horizontal de poder, en la que primen el mutuo respeto y la sinceridad, puedan alcanzar mecanismos que permitan el aprovechamiento de la dotación ambiental sin que sea necesario destruir a otros.
"Aun el hombre blanco no se encuentra exento de un destino común", profetizaba el gran jefe Seattle en 1854. 
Los informes de los ambientalistas indican que aun no es demasiado tarde, que todavía depende de nosotros que los delfines no preparen una despedida de este mundo, dejándonos un mensaje irónico por la necia administración que hemos dado al planeta

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