Por Mario Serrato

En el transcurso del año pasado los gremios poderosos de derecha y el Gobierno diseñaron estrategias que les beneficiaron económica y políticamente con un fuerte detrimento de los intereses populares.


Solo por citar algunas: Se alzaron con los fondos de confiabilidad y nos incrementaron las tarifas de la energía. Construyeron algunas carreteras modernas pero debemos pagar por ellas cinco veces más de lo que paga un ciudadano en Ecuador. Mediante un artilugio jurídico le entregaron la plata de los cotizantes del sistema pensional a un banquero infame, e impusieron un incremento al salario mínimo que solo puede ser calificado de violencia institucional contra el trabajo y el trabajador.

Este año no habrá tregua: la venta de ISAGÉN así lo indica.

Contra todos los argumentos que indican el error de vender una compañía tan rentable y necesaria para los activos nacionales, ISAGÉN será entregada al mejor postor en el mejor momento de su situación económica.

La cobertura de ISAGÉN, su infraestructura natural y logística y su rígida y eficiente administración, formarán parte del botín de quien la compre. La gestación de su venta no consideró nada diferente al modelo neoliberal, el cual, en este y en muchos otros casos, determina que la riqueza debe estar en manos privadas para que se transforme en desarrollo.

La riqueza popular, o de la Nación, en ese mismo ideario, es considerada ineficiencia, burocracia y despilfarro. Los neoliberales me recuerdan a los colonos de principios del siglo pasado: veían un árbol y se imaginaban una mesa, un armario o el piso de una casa. Veían un bosque y consideraban perezoso a quien habitaba en su entorno. Veían un río limpio y censuraban la falta de intervención del ribereño.

El argumento de vender a ISAGÉN, para que con el dinero recibido se financien las carreteas 4G, es solo un pretexto. El decreto 1385 del año pasado le permite a Luis Carlos Sarmiento Angulo disponer de billones de pesos de los cotizantes al sistema de pensiones para aplicarlos en la construcción de esas mismas carreteras, de modo que, gracias a esa maniobra de oscuros prestamistas callejeros, la financiación de la infraestructura está asegurada...también el nombre del contratista.

Vender ISAGÉN constituye un acto de indolencia con el país y un zarpazo infame e injusto con las generaciones venideras, las que recibirán un país sin autonomía en el uso y destinación de los recursos naturales más sensibles para la población en general.

No existe poder humano y tampoco la conciencia social o el poder popular suficientes para cambiar la idea diseñada por el ministro Cárdenas. Desde que era estudiante en la facultad de Economía de la Universidad de los Andes, y escuchaba la doctrina salvadora de la humanidad de la boca de Rudolph Homes y desde su pupitre en Berkeley, en donde se admiraba con las enseñanzas de algún discípulo despiadado de Milton Friedman, la suerte de ISAGÉN estaba echada. Su venta o entrega al capital privado solo esperaba a que el alumno privilegiado se recibiera y fuera nombrado ministro de Hacienda.

El inexorable destino de ISAGÉN está escrito desde hace varias décadas, el ministro Cárdenas solo se aseguró de que desde su modelo económico sin alma y sin sentido patriótico, los colombianos perdiéramos a ISAGÉN la semana entrante.

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