Gracias a donaciones, los estudiantes de la institución educativa Manuel E. Rivas Lobón empiezan a superar los estragos del invierno.

El pasado 26 de noviembre, el río que bordea la población -un corregimiento del municipio del Medio San Juan en el sur del departamento del Chocó-, y su única conexión con el mundo exterior -solo se puede llegar a Bebedó por vía fluvial- se desbordó y tapó casi todo el pueblo.

Arrasó con 250 casas, se entró a la iglesia, tumbó el puesto de policía y dos salones del colegio. Y sus aguas se llevaron los pupitres, 40 computadores, los tableros, la biblioteca y todo el material pedagógico. Según el rector del plantel, Emiro Enrique Mena, el río se llevó con su fuerza, además, los conejos, cerdos y gallinas que cuidaban y estudiaban los niños, pues el colegio es de vocación agropecuaria.

Por eso, desde que comenzaron las clases de este año, a finales del pasado mes de enero, los estudiantes han tenido que recibir sus clases en el piso. Sin embargo, eso ya cambió. La institución recibió 140 pupitres de plástico que, gracias a su material, podrían resistir ante otra eventual inundación.

Pero eso no es todo. Los niños también recibieron morrales dotados con cuadernos, lápices y colores, y con todos los útiles necesarios para que puedan ir a estudiar.

De acuerdo con el rector Mena, la mayoría de niños no contaba con los elementos educativos básicos debido a las difíciles condiciones económicas que atraviesan sus padres, que son las mismas de toda la región.

Allí, según el párroco de esta población de 1.500 habitantes, Alexander Londoño, el hambre y el no acceso a servicios básicos como agua potable, energía eléctrica y salud son los problemas que más aquejan a la comunidad.

También preocupan -aclara el sacerdote- las nulas oportunidades de empleo y las condiciones precarias en las que estudian los niños.

Por lo anterior, el Bbva y Unicef llegaron con los pupitres de plástico, los morrales y demás ayudas, para que los pequeños puedan recibir sus clases de una manera digna. Las ayudas, según Mauricio Flores, director de Responsabilidad Corporativa del Bbva, no fueron del banco, sino de sus usuarios.

En la red de cajeros electrónicos de esa entidad se instaló un programa que le preguntaba a la persona que retiraba dinero si quería donar 1.000, 2.000 o 5.000 pesos, que luego serían invertidos en acciones sociales en el Chocó, La Mojana (Sucre) y el Magdalena Medio, todas regiones azotadas por el invierno.

La respuesta a la iniciativa fue positiva. En menos de tres meses -la campaña comenzó en diciembre y terminó a finales de febrero-, fueron recolectados 520 millones de pesos que sirvieron para comprar las donaciones que recibieron los niños de Bebedó.

No solo para eso, también para ayudas similares que se entregaron en la población vecina de Dipurdú, en la capital del departamento, Quibdo, y en otras 18 comunidades más de la zona, en Sucre y el Magdalena Medio.

Los niños de Bebedó lucían orgullosos sus nuevos morrales azules, y los pupitres blancos de plástico.

Están alegres por esos regalos, pero son conscientes de que aún les faltan muchas cosas para poder educarse con los medios necesarios.

Ahora necesitan computadores que reemplacen los que se llevó el río, una biblioteca, elementos didácticos y animales para que puedan aprender los oficios del campo. Y sueñan algún día con tener acceso a Internet.

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