Por: Héctor Pineda S.

Más allá de acordar que “nada se acuerda hasta que todo esté acordado” y de haber culminado con buenos augurios acuerdos esenciales sobre el tema de tierras, causa del conflicto con las Farc, según le atribuyen algunos expertos, debo decir que lo que más exaltación me produjo, debe ser por mi porfía en estos temas del orden del Estado en el territorio, fue el anuncio, pronunciado por el Alto Comisionado para la Paz, de que el enfoque y dinámica del proceso con las Farc sería regional.

 

La paz regionalizada, en principio, por supuesto, me trajo a la memoria toda la prosa escrita en nuestra Carta Política en la cual, en todas sus letras, en lo que respecta al orden territorial se esparrama un nuevo concepto de “Unidad Nacional”, la suma de lo diverso, se reconocen los ancestrales territorios de las comunidades indígenas y afros y, en perspectiva voluntaria y de futuro,  se “espernanca” la puerta para que los departamentos se articulen en regiones como Entidades Territoriales, siguiendo sus impulsos e intereses vitales y los municipios, elevados al pedestal de “célula básica del ordenamiento territorial”, se puedan juntar en las llamadas provincias, tan estudiadas por el sociólogo Caribe y Constituyente Orlando Fals Borda.

Así pues que hablar de paz regionalizada, en sus distintas acepciones,  es enfrentarse a un universo variopinto que, por supuesto, camina en contravía de la dinámica que se ha venido imponiendo de intentos, algunos ya andando, de llevar al país al mundo indeseado de la fórmula centralista de pretender manejar los hilos de la vitalidad nacional desde el gélido gobierno nacional. Primero, recuerdo, fue el recorte de los recursos con la reforma al sistema General de Transferencia, dejando poca plata y mucha carga al territorio provincial, luego, como un inmisericorde rasponazo, el poder central se arrogó el reparto y aprobación de los proyectos de los recursos de regalías (“mermelada de mora”, calificó un puntilloso gobernador), sin hablar de las indebidas intromisiones del poder central en aspectos del fuero y autonomía de los territorios. Ejemplos abundan en el catálogo de las directrices  que emanan de la “tecnocracia” de los cubículos del Planeación Nacional, rectora implacable de lo humano y lo divino a punta de reformas fácticas por fuera del orden jurídico y del despacho de varios Ministros.

Pero más que hablar de la cantaleta de un país diverso que no le permiten expresarse con total libertad desde la tutoría centralista, debo decir que la paz regionalizada, abre inéditas dinámicas que, de ser impulsadas con audacia, eventualmente podrían estimular el surgimiento de un renovado ambiente de opinión favorable al fin de la guerra con las Farc por el camino de la palabra y no de las balas y el estruendo de los morteros.

Regionalizar implica, entre otras, que la Nación asuma la responsabilidad en la desestructuración del “para Estado mafiosos” que mantiene capturado el territorio local y regional; es imperativo profundizar en la vocación de territorio autónomo las hoy llamadas “zonas de Reserva Campesina, como Entidades Territoriales transitorios para aprendizajes de democracia y desarrollo rural; no se debe descartar el menú de iniciativas del texto del Constituyente Jaime Castro (“Descentralizar para Pacificar”) como tampoco la posibilidad  de refrendación de lo acordado en múltiples Consultas Locales, como el pretérito ejemplo de “Aguachica Modelo de Paz”. En la paz regionalizada, sin duda, hay un universo fascinante por escudriñar.

@ticopineda

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