Las acciones de intimidación y violencia que hoy se ciernen sobre los pueblos indígenas de Colombia y han generado su movilización masiva en distintos lugares del país, además de expresar la fuerte pugna de los actores armados legales e ilegales por el control de sus territorios y poblaciones ha comenzado a expresar también una dimensión de género al incrementarse las violaciones contra las mujeres indígenas. Así lo revela un análisis de los casos de las víctimas de violaciones de derechos humanos contra estos pueblos, que ha logrado recopilar la Fundación Hemera.  

 

 

 

Durante el primer semestre del año 2004 se han incrementado notablemente los maltratos, muertes y atropellos contra las mujeres indígenas, al pasar de 13 víctimas durante el período del primero de enero al 31 de julio de 2003  a 25 víctimas durante el mismo período del año 2004, presentando un incremento de más del 100%.  Paradójicamente, esto sucede mientras que para el mismo período se registró una disminución en las víctimas hombres, al pasar de doscientos cinco casos en 2003 a ochenta y seis 2004, con una disminución del 42%.  Vale la pena aclarar que estamos considerando básicamente las topologías de Homicidio, lesiones personales, amenaza, detención arbitraria, desaparición forzada, tortura, secuestro, reclutamiento forzado y acceso carnal violento.

 

Dicha situación se presenta con respecto de las víctimas individuales de violaciones de derechos. Si miramos las violaciones que se presentan de manera colectiva, tales como amenazas indiscriminadas a la población y el desplazamiento forzado, de las cuales no se tienen registros pormenorizados que nos digan exactamente los nombres y el sexo de las víctimas, pero a las cuales podemos aplicar tentativamente los porcentajes de hombres y mujeres establecidos para poblaciones indígenas por el DANE (1993), tenemos que de las doce mil 460 víctimas de desplazamiento forzado y amenazas en el primer semestre de 2003, el 49% fueron mujeres, es decir, seis mil 105, y en el primer semestre de este año (2004) lo han sido 4.216. Sumada esta cifra a la de víctimas individuales, tenemos entonces que este año han sido víctimas de la violencia paramilitar, guerrillera y estatal más de cuatro mil doscientas mujeres indígenas; y que si bien disminuyeron las violaciones de derechos humanos contra estos pueblos, en las tipologías colectivas y el asesinato selectivo de hombres, la violencia contra las mujeres adquirió proporciones escandalosas e inesperadas. En otras palabras, las mujeres indígenas –al parecer- se volvieron objetivos militares de los distintos actores armados.

 

Pero, ¿cuál es la particularidad de esta violencia contra las mujeres indígenas?

 

Un primer elemento a tener en cuenta antes de abordar este aspecto es el sub-registro que existe en materia de la documentación de los casos de violaciones de derechos humanos contra pueblos indígenas, determinado entre otros factores por las dificultades geográficas que impiden una mayor cobertura de los organismos encargados de esta tarea y por las amenazas que impiden que muchos casos se denuncien. En el caso de las víctimas mujeres este subregistro es todavía mayor, dada la tendencia de las organizaciones y cabildos indígenas a denunciar prioritariamente aquellas violaciones cometidas contra los líderes, varones, presentándose un subregistro de los atropellos cometidos contra miembros de comunidad hombres y mujeres, pero sobre todo contra las mujeres, pues de alguna manera la violencia ejercida contra ellas tiende a identificarse más con las formas tradicionales de violencia doméstica ó por las implicaciones personales de vergüenza o rechazo social que acompañan cierto tipo de atropellos, como la violación, las mujeres tienden a guardar silencio, aún dentro de sus comunidades.

 

No obstante, las cifras que tenemos de alguna manera muestran una tendencia y nos hablan de unos tipos predominantes de violencia contra las mujeres indígenas.  Por ejemplo, en el primer semestre del año 2003, a nivel colectivo encontramos como tipo predominante el desplazamiento forzado que afecta casi en igual proporción a hombres y mujeres, pero al analizar las infracciones de derechos humanos contra personas individualizadas encontramos que la violación o acceso carnal violento y el homicidio aparecen en una proporción igual, seguidos de las lesiones personales, la amenaza y la detención arbitraria.

 

Para el mismo período del año 2004 encontramos que los homicidios contra las mujeres se duplican (8) con respecto al número de casos del año anterior (4) y se aumentan las lesiones personales de tres a ocho víctimas. Curiosamente no se presentan denuncias sobre acceso carnal violento, mientras aumentan las amenazas individuales, la detención arbitraria y aparece como novedad que afecta a las mujeres la desaparición forzada, con dos víctimas. Qué significa esto? Talvez que no se está denunciando, porque si han aumentado todos los tipos de violación a sus derechos humanos, es previsible que éste tipo particular mostrara una tendencia similar.

 

Pero, ¿por qué están matando a las mujeres indígenas?

 

Hasta ahora, presuntamente, la estrategia de aniquilación de los pueblos indígenas se venía centrando en la eliminación de los líderes de sus organizaciones, de sus autoridades tradicionales y guías espirituales o chamanes. Es decir, en la eliminación de sus actores sociales más visibles, más comprometidos con las tareas de dirección y organización para subsistencia y la resistencia de sus pueblos.  Es aventurado decir que la estrategia de tomar a las mujeres como botines de guerra, cuya degradación desmoraliza y debilita al contrario (léase comunidades inermes) sea de reciente aparición. Sin embargo sí es reciente que las cifras empiecen a evidenciarlo, como lo han mostrado ya muchos testimonios de mujeres que han sido violadas, amenazadas, desterradas de sus comunidades. Las muertas por desgracia no pueden dar sus testimonios, pero si pudieran hablar gritarían esta ignominia contra ellas y sus pueblos.

 

Es predecible que esto suceda como un efecto inmediato de la degradación del conflicto, cuyos actores, incluidos los estatales, cada vez menos reconocen las barreras del derecho humanitario y utiliza más y diversas formas de agresión contra estas comunidades en su afán de eliminarlas o incorporarlas a sus estrategias de guerra. Y como la estrategia indígena ha sido la de resistir, resistir y resistir, aunque haya que reconocer que de manera individual algunos de ellos puedan estar comprometidos con alguno de los actores, pues cada vez se hacen más sofisticadas las estrategias de “persuasión” y control psicológico de sus poblaciones.   

 

Pero más que botines de guerra, diría que se trata en el fondo de una forma de castigo a las mujeres que vienen asumiendo un rol y un papel activo en la defensa de sus comunidades, que han aumentado su participación social en los destinos y en la vida de sus comunidades transformando sus roles tradicionales domésticos, saltando a la esfera de lo social comunitario. Ellas vienen apareciendo no sólo como mediadoras ante los actores armados para la reivindicación de su autonomía territorial y de gobierno, sino también como retadoras a las políticas de dominio de éstos al asumir ante ellos no sólo el papel de voceras de sus comunidades, sino también el de actoras sociales que reclaman el ejercicio de derechos, que exigen el respeto a sus formas de vivir y la devolución de sus hijos reclutados en sus filas o de sus líderes retenidos. Así parecen evidenciarlo las cifras analizadas por etnia, pues las más castigadas -por decir lo menos- son las mujeres Wiwa, destacadas en el liderazgo de los proyectos sociales y de vida de sus comunidades; seguidas de las Paeces, actoras fundamentales de sus procesos comunitarios y del desarrollo del proyecto de vida de los NASA; de las Chamies, quienes han proclamado sus derechos como mujeres indígenas al interior de sus comunidades y han exigido mayor reconocimiento y participación en sus instancias de dirección y gobierno; o las kakuamo, miembras de una de las comunidades más diezmadas en desarrollo del conflicto.

 

Obviamente ha cambiado la representación y la percepción de lo que significa ser mujer y este cambio se relaciona también con esa dinámica que se fue dando en todos los países del mundo con los movimientos reivindicativos de los derechos de las mujeres y su necesaria participación en todos los espacios de la vida pública y social.  Esto ha ido a otro ritmo y con otras dimensiones en el ámbito indígena, pero allí también se ha dado un cambio importante que ha ido transformado los roles de las mujeres, llevándolas a participar y acompañar más la lucha de sus reivindicaciones étnicas, culturales y económicas de sus sociedades, así no se planteen muy claramente derechos o reivindicaciones específicas como mujeres. Pero en general hay una percepción de las mujeres como sujetos más activos en las dinámicas sociales,  que de alguna manera las colocan en el terreno del combate en pie de “igualdad” con los hombres, aún para sufrir los estragos de la guerra.   

 

Y aquí vale un testimonio personal. Hace unos dos años estuve haciendo un trabajo con el Resguardo de Jambaló, Cauca.  Allí estaba un frente de las FARC, que nos amenazó y ordenó salir del territorio so pena de “no responder por nuestras vidas”. Y en un abrir y cerrar de ojos las mujeres de la comunidad nos rodearon y protegieron con sus brazos diciendo “no los vamos a dejar llevar, primero nos tienen que coger a nosotras”. Luego cuando la autoridad del resguardo, el gobernador de cabildo, fue exigir respeto a su gobierno y a mediar por  nuestra seguridad, las mujeres fueron las primeras en poner el pecho, en recriminar este accionar y exigir su derecho a vivir de acuerdo a sus propias prioridades y proyecto de vida. Fueron ellas quienes explicaron a los jóvenes guerrilleros porqué no debían actuar así y exigieron que no se llevaran sus hijos como carne de cañón de esta guerra, que no presionaran ni asesinaran a sus líderes.  

 

Entonces, de alguna manera se ha venido consolidando la idea de una mujer también guerrera, ya no indefensa sino potencialmente ofensiva o amenazadora. Se ha ido transformando ese imaginario de la mujer indígena como dadora de vida, apolítica, más doméstica, en fin, idea que medianamente la protegía de las agresiones o atrocidades de aquellos que más que machos se sentían caballeros.  Entonces la mujer ha dejado ser sólo un botín de guerra, aquello que tomo, uso y desecho, apetecido para herir y desmoralizar al enemigo. Un poco, la hipótesis un tanto aventurada es que de la representación como ser  indefenso, inofensivo, víctima, la mujer indígena ha pasado a tener una doble condición que la ubica como otro objetivo militar a neutralizar o destruir. Y es muy factible que a medida que aumente su protagonismo, aumenten también las cifras que la muestren como víctima del conflicto.

 

Aniquilando las mujeres se aniquila la misma posibilidad de vida de las comunidades y se profundiza el etnocidio, toda vez que la mujeres son las que garantizan hoy en día no sólo reproducción física, social y cultural de las etnias, sino también en muchos casos la producción material que garantiza el sustento de las mismas. Tradicionalmente, ellas han tenido un promedio de vida (57.8%), mucho más bajo que el promedio nacional (73.04%). De seguir esta perspectiva en materia de violación de sus derechos humanos y del derecho a la vida, los impactos para la pervivencia de sus culturas serán sencillamente devastadores y funestos. De ahí la importancia del registro de todos los casos y todas las formas de violencia que se vienen implementando contra las mujeres indígenas, ya sea en desarrollo del conflicto armado o de la implementación de proyectos de desarrollo.

 

Finalmente, ¿quiénes son los principales detractores de la mujeres indígenas?

 

Vistas las violaciones de derechos humanos y DIH que afectaron a individuos (no a grupos o colectivos de personas) durante el primer semestre del 2003, encontramos que los principales presuntos responsables de las violaciones de derechos de las mujeres indígenas y de los hombres fueron las Autodefensa Unidas de Colombia (7 y 92 respectivamente), seguidas de autores desconocidos en un porcentaje importante de los casos (5 y 26), de las Fuerzas Militares (24) y de policía (1), de las FARC (2 y 14) y otros. 

 

Curiosamente, y concomitante con el incremento desmesurado de violaciones de DDHH contra mujeres indígenas, en el mismo período del 2004 si bien las AUC se mantienen en el liderazgo como presuntos responsables de estas violaciones (7 mujeres y 31 hombres), hay un repunte preocupante de las violaciones contra mujeres atribuidas a las fuerzas militares que, de un caso denunciado en el período anterior pasaron a 10, con un incremento del 1.000%, mientras redujeron las víctimas hombres, atribuidas a ellos (15).  Qué significa este viraje? Habrá que preguntárselo a ellos. Alguna vez un soldado me dijo: “ellas son las más peligrosas, son más peligrosas que los hombres, porque son las guerrilleras, las que llevan las armas... ”, etc, etc, etc...

Comentarios   
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