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La búsqueda y los hechos

El comunicado de la ONIC del 2 de abril se lee así: "Nariño fue una región de calma hasta hace aproximadamente diez años; sin embargo, dada su posición geoestratégica de frontera terrestre y marítima, la situación cambió significativamente ... Dentro de este contexto cabe resaltar la crisis humanitaria por la cual atraviesa el pueblo awá debido a diferentes factores que atraviesa la región como confrontaciones entre grupos armados legales e ilegales, desplazamientos masivos, cultivos de uso ilícito, fumigaciones indiscriminadas, erradicaciones, crisis alimentaria y de salud, proyectos y megaproyectos que impactan la zona".

Esta verdad, a secas, nunca tendrá el impacto de la realidad que se dimensionó el día cuatro al amanecer en una de las comunidades afectadas. Mientras la comisión con la cual yo caminaba avanzaba hasta la comunidad El Volteadero, la comisión número tres logró encontrar, en el cerro de Punde, tres cadáveres correspondientes a tres fallecidos de una masacre del año pasado, una prueba más del asesinato sistemático evidente en la región.

En dos cabañas abandonadas, encontramos tres documentos de identificación (dos cédulas y una carta de salud) de dos personas muertas y un desaparecido, los documentos estaban tirados en el suelo. El Defensor del Pueblo los guardó como evidencia.

Recapitulando, se acordarán de las palabras y las promesas del Ministro del Interior, que él se había comprometido a facilitar la retirada de la presencia militar del resguardo. En efecto, subiendo el cerro al lado de las cabañas, nos encontramos con cincuenta soldados de la brigada dieciocho del Ejército. La Guardia les despachó del sitio solicitándoles que se alejaran de la comunidad, ya que su presencia ponía en riesgo la misión y las vidas de todos los participantes. Otra mentira del Gobierno, otro posible herida infligida en los indígenas.

A mi modo de interpretar los acontecimientos, lo que sucedió de ahí en adelante hasta la próxima mañana, resaltó una falta de comunicación entre las comisiones. Los Defensores del Pueblo empezaron a llamar a su gente y a la Cruz Roja sin avisar a las autoridades indígenas. Más tarde, la Comisión de Investigación (los caciques, digamos) pasó regaño los no indígenas (como yo) quienes habían marchado en la Comisión número uno por el riesgo que lo representaba. A nadie le cayó bien tal insulto, dado que la pertenencia a esa comisión resultó de una confusión desde Palacito, y la mañana siguiente se realizó una reunión para dar a conocer los hechos y para adoptar una estrategia a seguir para el hallazgo de los cadáveres. No obstante, la tensión y malestar de algunos individuos brillaba con la ponencia del sol a la aurora.

Los días cinco, seis y siete de la misión constituyeron la búsqueda extensiva de los cadáveres. El día cinco bajamos hasta la comunidad EL Bravo, donde descubrimos una casa abandonada con evidencia de la presencia del Ejército y también donde llegaron los de la Cruz Roja con alimentos y ofrecimientos de ayuda humanitaria, asegurándonos que eran "muy neutrales" y que llevarían el mensaje de que estábamos bien de salud y que comíamos bien al exterior.

El día seis encontramos, gracias a la colaboración de Alfredo, un awá que sigue viviendo en la comunidad, la fosa de donde la Fiscalía había llevado tres cadáveres. Nosotros, en desarrollo del recorrido, logramos llegar a la quebrada el Ojal, perteneciente a la comunidad el Bravo. Allí recuperamos cuatro cuerpos sin vida, dos mujeres y dos hombres (Omaira Arias Nastacuás, Blanca Patricia Guanga Nastacuás, Robinson Cuasalusan y uno que no se ha podido identificar). Alfredo, bajo el efecto de dos botellas de aguardiente, se había encargado de enterrar los muertos y nos indicó el lugar de cada uno. Se evidenciaban muestras de tortura practicadas por arma blanca. La comisión obtuvo información que en la misma masacre también fueron asesinadas otras tres personas de cuyos cuerpos no se tiene conocimiento de su paradero pero se infiere que fueron arrojados a la quebrada el Ojal que desemboca al río Bravo.

El día siete, en otro punto del Cerro el Volteadero se encontró el cadáver de Oscar Nastacuás. Bajo la protección de la Guardia, la Procuraduría hizo el levantamiento de dos cuerpos por la quebrada el Ojal encontrados el día anterior.

El cansancio de la gran mayoría de los mingueros era notable; algunos ya saliendo sin guías de regreso, a pesar de varias fuentes informándonos que la Procuraduría no continuaría sin la compañía de la Guardia y que había otros sitios por revisar. Entre gritos y proclamaciones de disgusto con la idea, se programó la salida de la Minga para la mañana siguiente. Es innegable ocultar que la inconformidad de algunos con la salida prematura de otros dejó un mal sabor por más que habíamos hecho y "ganado".

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