Por: Mario Serrato
Lean esta frase: “Nosotros no producimos medicamentos para indios. Los producimos para los pacientes occidentales que pueden pagarlos”. La emitió Marijn Dekker, alto directivo de la Bayer. El mercader, sin duda Ario y lector fanático de “Mi Lucha”, no considera que los indígenas sean personas, y menos, personas destinadas a consumir sus productos.
Los laboratorios farmacéuticos le han vendido al mundo el embeleco de invertir algo así como 1.300 millones de dólares en la producción una nueva molécula para el mercado de la salud. Investigaciones posteriores y bien argumentadas, confirmaron que tales inversiones no alcanzaban los 115 millones de dólares y que los beneficios obtenidos con cada inversión, les permiten introducir en sus arcas ganancias que ascienden al 2 mil por ciento por cada producto.
Se ha dicho con frecuencia que los negocios más rentables del mundo son la venta de armas, de narcóticos y la trata de migrantes.
Pocos saben que el mercado farmacéutico, con sus precios astronómicos, sus investigaciones sobrefacturadas y su combate a los genéricos, causan más de 10 millones de muertos cada año. Cifra que ruborizaría a los tres primeros de la lista. (La guerra contra los medicamentos genéricos, German Holguín).
También debemos enterarnos de que esas compañías van por el mundo apropiándose de los conocimientos que los indígenas han alcanzado al estudiar durante milenios las propiedades medicinales de las plantas.
Pero su intención va más allá: En muchas ocasiones consiguen que los gobernantes serviles de estas naciones sumisas, les confieran el dominio total y exclusivo sobre hierbas y plantas, mediante las reservas de propiedad inmersas en las patentes de los tratados de libre comercio.
El conocimiento del laboratorio farmacéutico alemán, suizo o norteamericano, no sería nada sin la información preliminar del Chaman del Putumayo, el Outs Wayúu o el Jaibaná Emberá.
La sabiduría indígena es la base del interés de esos laboratorios en determinada planta, hierba o raíz.
La investigación de los farmaceutas occidentales obliga a la experimentación y a la comprobación, metodología ineludible en este mercado de miles de millones de dólares. Pero esa experimentación y comprobación no tendrían razones para adelantarse sin que haya llegado al laboratorio la noticia que indica alguna propiedad medicinal en esas plantas, raíces y hierbas.
Los laboratorios farmacéuticos desprecian a quienes les proporcionaron el conocimiento primigenio, y estrangulan al paciente que les da la posibilidad y los recursos para que los productos que sacan al mercado sean consumidos.
El racismo de los laboratorios farmacéuticos, como todos los otros, tiene por telón de fondo el desprecio al aporte que sabias culturas milenarias han hecho a su industria y a sus sociedades.
Pienso en lo que sucedería si un día los indígenas decidieran que sus conocimientos y sus plantas no son para blancos que no las saben apreciar.
Seguramente los exterminarían a todos con métodos más eficientes que los conocidos en la actualidad.
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