Hace mucho tiempo no se conocían ni el maíz ni el chontaduro.
Sucedió que había una familia indígena que tenía tres hermanas que se querían mucho, una noche, una de ellas enfermó y murió al amanecer; las otras dos hermanas, en medio del dolor y el pesar, le dieron sepultura en las horas del medio día y después de hacerlo decidieron no volver más a su tambo y emprendieron camino hacia un cerro que se divisaba por allá muy lejos, en medio de la montaña; caminaban llorando y mirando el sol y de cuando en cuando, en medio de sus lamentos, imploraban la muerte.
De repente se les apareció Ancastor, un ave muy grande de color blanco, y se convirtió en un indio delante de ellas; las indígenas se sorprendieron, pero él les sonrió y las calmó.
- ¿Cuál es la causa para que lloréis tanto? – les dijo.
- Queríamos mucho a una hermana y murió al amanecer- contestaron.
- No lloréis más por eso; ella está en el cielo, en el bajía y está feliz y contenta –respondió Ancastor.
- Queremos ir a verla, ¿cómo lo haremos?
- Yo las llevaré; cerrad los ojos y no los abráis sino cuando os lo ordene.
Y Ancastor abrió los brazos y se convirtió de nuevo en ave; se acercó a ellas, les rozó con la punta de sus alas y les ordenó que se subieran.
- Una en cada ala –les dijo, y emprendió el vuelo hasta llegar al bajía.
- Ya llegamos; podéis abrir los ojos y bajaros.
Las dos hermanas así lo hicieron y caminando llegaron hasta una enorme choza donde vieron una negra con unos senos tan grandes que le llegaban a las rodillas.
- No le habléis –dijo Ancastor.
Y continuaron el camino viendo a mucha gente que les era conocida y que ya había muerto, entre ellas a la hermana y a un hermano que había matado antes; intentaron abrazarlos pero Ancastor no se los permitió.
Dos días permanecieron en el bajía y al regresar comieron maíz y chontaduros, y les gustó mucho; tomaron algunos para traerlos como semilla y su acompañante no se los permitió; sin embargo, en un descuido, una guardó dentro de la boca un grano de maíz y la otra una fruta de chontaduro y emprendieron el viaje de regreso en la misma forma en que habían llegado.
Cuando llegaron contaron a los suyos todo lo que habían visto y les mostraron las semillas, las cuales sembraron con gran cuidado; al poco tiempo cogieron los primeros frutos y les gustó tanto que extendieron por todas partes su cultivo.
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