Una familia de cubeos, después de haber navegado todo el día, resolvió descansar al caer la tarde y acampó en la orilla; los hombres arreglaron su dormida al pie de los árboles y lo mismo hicieron las mujeres pero en un lugar situado más abajo.
No fue sino acostarse para empezar a sentir el croar de las ranas como en una fuerte algarabía e ir desapareciendo poco a poco con su sonido como si ya fueran muy lejos, hasta perderse por completo en la lejanía.
Extrañado por el silencio, el jefe de la familia se levantó y observó con asombro que la playa se había levantado en demasía formando una montaña muy alta, tan alta que desde su cima se veía allá muy lejos la orilla del río donde habían pernoctado, y muy, muy abajo se divisaba el cauce de otros pequeños riachuelos.
Los hombres quedaron en lo más alto de la montaña y las mujeres más abajo; cerca del lugar donde quedaron los primeros se formó una grande y hermosa laguna cuyas aguas eran de un gran poder sexual para los hombres, pero hasta allí no podían subir las mujeres a bañarse; en alguna ocasión lo hizo un pequeño grupo en el cual iban algunas encintas, se metieron dentro de las aguas y éstas se pusieron a hervir; con el tiempo dieron a luz unos niños deformes, mientras que las que no esperaban familia quedaron estériles para siempre.
Desde el momento en que apareció la montaña, los cunebos tomaron posesión de sus tierras y cuidan como nadie de su laguna.
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