Toquechá fue un príncipe, hijo del cacique de Iraca; era elegante y bien formado, pero su mirada dejaba entrever ciertos dejos de tristeza.
Todo lo hacía y nada le satisfacía, como pescador no tenía par en la región y como guerrero se distinguía siempre por su valor y su coraje; en una batalla fue herido de muerte y sólo la magia embrujada del mejor de los curanderos de la tribu pudo salvarlo, después de que le fue sacado un dardo alojado en su cuerpo.
Las mujeres se valieron de miles de artimañas para conquistarlo pero ninguna consiguió ser su esposa; por doquier se le seguía viendo melancólico y en silencio.
Su padre ordenó celebrar grandes festivales en su honor y secretamente invitó a las más hermosas indias, no solo de su tribu, sino de las vecinas, con la esperanza de que su hijo se enamorara y formara su hogar, pero en vano transcurrieron los diferentes actos; todo continuó como antes.
Un día fue llamado por su progenitor y después de tratar con benevolencia sobre el particular, escuchó su confesión:
-Padre: hace mucho tiempo vengo soñando con una hermosa niña, tierna y delicada, que posee unos ojos hermosísimos y que me sonríe con dulzura; cuando va desapareciendo de mi vista, pasan raudos y veloces unos animales que no he visto por ninguna parte en nuestras tierras; esto es lo que me mantiene silencioso y pensativo; yo sé que esa niña es la dueña de mi corazón y debo encontrarla para entregárselo.
-Prometo que te ayudaré, hijo mío –le contestó su padre-; ve tranquilo a tus quehaceres y espera confiado la solución.
El cacique fue al otro día donde el gran sacerdote y le contó lo que pasaba.
Así lo hizo y el príncipe marchó para el lugar indicado.
Una tarde, mientras descansaba, oyó una voz que le decía: “Sube al cerro que hay al frente de donde estás, lleva agua de la laguna sagrada, riega la tierra y fabrica dos figuras iguales a las que verás en el peñasco”; miró a los lados y no vio a nadie, pero se apresuró a cumplir lo escuchado; subió al cerro, regó la tierra con el agua que había llevado y observó que ésta tomaba un hermoso color como café; miró luego a las rocas y quedó asombrado al ver allí dos animales idénticos a los vistos en sus sueños; tomó luego barro entre sus manos y construyó dos objetos iguales a los de la roca, los sobó con agua de la laguna para pulirlos mejor y... la hacer esto tomaron vida, se pararon y veloces se perdieron allá en la lejanía.
Toquechá regresó a su hogar y contó a todos lo sucedido: se le veía ya más tranquilo, pero algo lo mortificaba; estaba satisfecho por haber sido el criador de los animales de sus sueños, sabía que se reproducirían y... continuaba soñando con la niña de sus desvelos.
Por allá muy distante y en tierras demasiado frías, vivía una niña de nombre Toquilla, pobre, tierna y delicada. Ella era el orgullo de sus padres y la cuidaban con esmero.
Toquilla era muy amiga de los animales y con frecuencia se la veía arrojándoles comida y hablándoles, como si ellos le entendiesen; un día que esta en las orillas de un monte, al caer el sol vio unos animales que le eran desconocidos. Permaneció quieta y los observó con detenimiento cuando ellos, sin inmutarse, pasaron por el lado; quiso tocar a uno, se movió y rápidamente desapareció.
Una mañana mientras lavaba en la quebrada, llegaron los animales antes descritos a tomar agua y uno de los más pequeños resbaló y la corriente empezó a arrastrarlo; Toquilla se arrojó y logró sacarlo; cuando lo iba a soltar vio que tenía una de las patitas quebradas y optó por llevarlo a casa y curarlo; mientras tanto lo alimentaba dándole comida en sus propias manos; el animalito sanó, se hizo amigo de Toquilla y la acompañaba a todas partes; ésta, por su parte, le dio el nombre de Chihica –venado.
Mientras tanto Toquechá hacía preparativos para ir en búsqueda de los animales que había creado y cuando estuvo listo, partió con los suyos; al caer el sol, después de un día de fatiga, alcanzó a divisarlos y en el acto arrojó a uno un dardo que, desgraciadamente, dio en una persona interpuesta en el camino; era Toquilla que había visto a los cazadores y pensando en los que sucedería al animal igual a su Chihica, se había lanzado para impedirlo.
Toquechá corrió hacia el lugar y tembloroso observó cómo en una charca de sangre agonizaba la niña que tanto se le había presentado en los sueños; dobló entonces su cuerpo sobre ella, arrancó el dardo, colocó sus labios sobre la herida y absorbió su sangre para salvarla; cuando alzó la cabeza, vio que la niña le sonreía con ternura.
-Me llamo Toquilla y este animal que está a mi lado es mi amigo Chihica; lo salvé cuando estaba muy pequeño y desde entonces me hace compañía; tómalo para ti y cuando de mí quieras acordarte, míralo a los ojos- y murió.
Toquechá se levantó, apretó sus labios y dejó que las lágrimas corrieran libremente por sus mejillas... Ordenó luego que el cadáver de Toquilla fuera sepultado en el lugar donde él había criado el primer par de venados y permaneció soltero hasta su muerte, conservando el recuerdo de la hermosa niña de sus sueños.
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