Hace muchos años una diabla se robó un niño y una niña indios y se dio a vagar con ellos por los montes para enseñarles a ser jaibanás, es decir: desproporcionados, brujos, adivinos; bueno es saber que hasta entonces sólo los diablos poseían esta particularidad; la diabla, para empezar, salía a coger grandes espinas y las clavaba a los pequeños en cualquier parte de su cuerpo; enseguida se ponía a chuparlos para sanárselas.
Después de varios días de trajinar por la montaña, los niños sufrian ya las inclemencias del hambre y la hurtadora cogió varios pájaros diostedé, los mató, los asoleó y se los dio para que comieran; como ellos rehusaron comer semejante cosa, optó por robar comida de la que preparaban los indios y donde los hacía era fijo que en menos de tres o cuatro meses moría alguno de sus moradores.
Para hacerles perder el miedo se subía con ellos a un peñasco y los arrojaba al vacío; antes de que cayeran los recibía entre sus brazos; cuando consideró que ya eran valientes, sopló al niño en la cabeza y en las extremidades y así le infundió su poder.
Una tarde, mientras descansaban sentados a la orilla de un río, la diabla dijo así a los ya jóvenes indios:
-Hoy viene mi marido; ustedes deben esconderse porque él no quiere a los indios.
Y en realidad, al rato llegó el diablo y pese a que estaban bien escondidos, los descubrió por el olor y ordenó a su mujer que los despachara para siempre, que él volvería después.
Al verse sola la diabla, lo primero que pensó fue matarlos, pero esa noche el indio joven, que ya era Jaibaná, soñó que él y su hermanita serían enviados a cortar leña y que cuando llegaran pondría a hervir agua; luego les diría que fueran a atizarla y cuando lo estuvieran haciendo, los arrojaría a la olla, pero que no deberían temer nada.
-Cuando ella les diga esto –le dijo el sueño-, díganle ustedes que se asome primero ella y...empújenla; una vez haya muerto, rájenle rápido el estómago y sáquenle un perrito blanco que tiene en su interior antes de que muera; al perro le pondrán por nombre “Toma”.
Tal como el joven jaibaná soñó así sucedió, y entonces ya fueron tres: indio jaibaná, su hermana y el perro, quines emprendieron la marcha por la selva.
Pronto llegaron a un cueva cubierta con una puerta, donde estaban las tres hijas del cacique cuidada por una culebra de siete cabezas.
-¿Quién hay aquí? –preguntó el indio.
-Nosotras, las hijas del cacique –contestaron desde adentro-; pero no intenten entrar porque serían víctimas de la serpiente de siete cabezas.
-No temáis; somos tres: “Toma”, mi hermana y yo, y todos somos valientes; no conocemos el miedo, ábrannos.
Y las muchachas abrieron la puerta de la cueva y... la culebra de siete cabezas se abalanzó sobre los intrusos y... “Toma”, dando brincos por doquier, mordía y mordía al monstruo hasta que logró matarlo.
El indio se enamoró de una de las tres indias mujeres libertadas y su padre, el cacique, condescendió gustoso al matrimonio; mientras se hacían los preparativos, el jaibaná se ausentó por un tiempo y dejó al perro con su hermana; durante su ausencia la novia cambió de parecer y se casó con otro; el día del matrimonio el perro se puso furioso, sin duda alguna por la burla hecha a su amo, y sacó todas las viandas existentes.
Cuando regresó, su hermana le contó todo detalladamente, pero como estaba de acuerdo con la desposada, sólo pensaba en cómo matar a su hermano; para ello tomó una espina de culebra, la colocó en la cama donde él iba a dormir y al acostarse, la espina se clavó en sus espaldas y al momento murió.
Una vez el indio jaibaná estuvo muerto, el cacique trató de apoderarse del perro y lo amarró con bejucos muy fuertes, pero el animal luchó hasta zafarse; conseguida su libertad, buscó el sepulcro de su amo, se hecho junto a él y se puso a cuidarlo; a los tres días lo desenterró, lamió por doquier el cadáver y chupó fuerte el lugar donde le habían clavado la espina de la culebra, hasta sacársela; conseguido lo anterior, el jaibaná resucitó y salió a vengarse de la hermana, dándole muerte en la misma forma que él la había recibido.
“Toma” no fue a cuidar ni a lamer este cadáver; se fue con el indio y cuentan que todavía viven porque con frecuencia los ven vagando por la selva.
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