Los sobrevivientes del otrora gran pueblo Chimila se encuentran hoy impelídos a vivir arrinconados en dos asentamientos míseros localizados en las Sabanas de San Angel en el departamento del Magdalena. A todo lo largo del siglo XVIII los Chimila se enfrentaron sin tregua a los invasores españoles organizando múltiples rebeliones e incursiones armadas. Esta resistencia centenaria acarreó una catástrofe demográfica de inconmensurables proporciones de la cual el pueblo Chimila tal vez jamás logre recuperarse. Diezmados y derrotados, los Chimila sobrevivientes, se refugiaron en lo profundo de las selvas altas del río Ariguaní donde al márgen de la sociedad mayoritaria lograron permanecer en relativa tranquilidad hasta que a principios del siglo XX nuevamente los alcanzó la colonización arrebatándoles los restos de territorio que habían conservado. Pese a que el común denominador de la historia de este pueblo indígena ha sido la persecusión y la violencia, han logrado sobrevivir refugiados en su etnicidad. Aunque hoy aparecen como humillados y ofendidos todavía tienen el pensamiento preñado de esperanzas en futuros no tan inciertos.

 

Los Chimila también son conocidos en la literatura etnológica como Simiza, Simza, Shimizya y Chimile. Por ser el nombre Chimila extraño a su lengua puede inferirse que este les fue acuñado desde los primeros contactos con los invasores españoles. Todo parece indicar que el nombre que así mismo se daba este pueblo indígena era el de Ariwaake (Mendinueta Granados, 1997: Comunicación personal). En la actualidad suelen identificarse como Ette Ennaka (gente propia) para diferenciarse de los Ette Kongratte (otra gente) expresión esta última con la que denominan a otros pueblos indígenas. (Trillos Amaya, 1995:77). De otro lado los Chimila se refieren a los "blancos" como Waacha.


Su idioma, denominado Ette Taara, aparece en la mayoría de las clasificaciones como perteneciente a la familia lingüística chibcha. Cestmir Loukotka en su clasificación (1968) ubica al Chimila dentro de las lenguas del grupo malibú, pertenecientes al "stock" chibcha (Citado por Uribe Tobón, 1987:56). Sin embargo algunos investigadores han preferido, mientras se profundizan los estudios lingüísticos, ubicarla como una lengua independiente.


El territorio tradicional del pueblo Chimila a lo largo de toda la época colonial fue conocido como Provincia Chimila. Esta identificación ha traído muchos equívocos para señalar con precisión la ocupación y el poblamiento Chimila a la llegada de los españoles. Es poco probable que los límites, bastante difusos, de esta división administrativa colonial coincidiera realmente con los fronteras tradicionales del territorio de este pueblo indígena.

El área de ocupación tradicional de los Chimila


De todas maneras puede decirse que a la llegada de los invasores europeos los Chimila tenían bajo su dominio un extenso territorio, cuyos límites iban desde las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta por el norte, hasta la confluencia del río Magdalena con la Ciénaga de Zapatosa por el sur; el este lo marcaba el recorrido del río Cesar y se extendía hasta encontrarse por el oeste con el curso del río Magdalena. Consiguientemente todos los grupos que se encontraban entre las estribaciones de la Sierra Nevada y el río Magdalena pertenecían al pueblo Chimila.


En este territorio se podían identificar claramente dos ecosistemas distintos que marcaban diferencias en lo que respecta a las formas de ocupación y organización espacial de los asentamientos Chimila. El primer ecosistema, ubicado en la denominada Depresión Momposina, es ribereño y se caracteriza por poseer una compleja red de ciénagas alimentadas por las crecientes periódicas del río Magdalena, que derivó en que los habitantes de estos asentamientos aprendiendo a convivir con el río gestaran lo que se conoce como cultura anfibia. Por su parte, el segundo ecosistema localizado en la subregión de las llanuras centrales, son terrenos ondulados y planos bañados por las aguas del río Ariguaní, que estaban en esa época cubiertos por una espesa vegetación del tipo selva húmeda tropical, que llevó a que los habitantes de esos asentamientos vivieran inmersos en una cultura eminentemente selvática.


Gutiérrez Hinojosa (1992:146-147) amplía enormemente las áreas de ocupación Chimila y señala que toda la tierra del Valle de Upar -con excepción de la franja comprendida entre el río Cesar y la Serrania del Perijá y desde La Paz hasta la Jagua de Ibirico que era territorio de los Tupes- fue territorio del pueblo Chimila. Bajo esa hipótesis expresa que el territorio Chimila se extendía desde Tamalameque al sur hasta el río Ranchería al norte.


Para este autor (1992:148-149) el territorio Chimila, dada su enorme extensión, estaba dividido para asuntos de administración y gobierno en dos grandes comarcas: la de Upar y la de Pocabuy. La comarca de Upar se extendía desde el río Ariguaní hasta las inmediaciones de Fonseca y Barrancas, comprendiendo las siguientes tribus: Garupares, situados entre los ríos Garupar y Ariguaní, los Upares propiamente dichos, localizados entre los ríos Garupar y Guatapurí, los Socuigas, situados entre los ríos Guatapurí y Badillo, los Itotos, dispersos por Urumita, Villanueva y sus alrededores, y los Cariacheles, que se extendían desde El Molino hasta Distracción, Fonseca y Barrancas.


Por su parte la comarca de Pocabuy tuvo su gran centro en el actual Tamalameque (Thámara) y se caracterizaba por la existencia de grandes poblados tales como Sompallón (El Banco), Cipagua, Zapatosa, Sempechegua, Soloba, Chimichagua, Zopatí, Malibú, Zarare, Chingalé, Nicaho, que tenían una serie de caminos que se entrecruzaban y se comunicaban con Chiriguaná. Igualmente para este autor (1992:149) los Alcoholados, los Pintados y los Orejones pertencían también al pueblo Chimila.


Si los planteamientos esgrimidos por Gutiérrez Hinojosa son ciertos se ampliaría enormemente el territorio de los Chimila y de los pueblos emparentados con ellos. Sin embargo se requiere de estudios históricos, lingüísticos y arqueológicos mucho más profundos para dilucidar esta situación de manera más precisa, puesto que el mencionado autor, apartándose del consenso generalizado de los estudiosos de los pueblos indígenas prehispánicos del Caribe, realiza una serie de reflexiones que no logra argumentar sólidamente.


Sobre los límites del territorio Chimila el etnólogo Reichel-Dolmatoff (1946: 95) expresó que en las riberas del río Cesar no parece probable que se hubiera establecido este pueblo dado que Alonso de Lugo y Pedro de Lerma, que atravesaron el Valle de Upar camino al sur, no realizaron ningún tipo de alusión a los Chimila. En el mismo sentido, el historiador Del Castillo Mathieu (1994:11) anota que es excesivo hablar de asentamientos Chimila en el área comprendida entre el río Frío hasta la desembocadura del río Cesar.


Los Chimila no se asentaron en poblaciones nucledas ya que, contrariamente, su patrón de poblamiento se caracterizaba por la construcción de sus bohíos en forma dispersa En ese sentido un asentamiento típico Chimila sólo muy excepcionalmente llegaba a presentar más de cinco caney juntos (AGN, Fondo Caciques e Indios. Tomo XVII:Folio 286. Testimonio de José Joaquín de Zúñiga) separados entre sí por varios metros, pero intercomunicados por una serie de caminos que se entrecruzan entre sí. Esta gran dispersión de los asentamientos Chimila fue tal vez el principal obstáculo que se le presentó a los españoles en su campaña de guerra contra los Chimila. Hay que anotar, por otra parte, que estos no eran totalmente nómades, sino que la constante amenaza de los ejércitos y milicias españolas los obligó a adoptar como estrategia de resistencia una gran movilidad que los llevaba a recorrer permanentemente su territorio, lo que derivó en profundas transformaciones de su organización social y económica.

Irrupción y devenir en la historia colonial


Sobre la historia de los Chimila es muy poco lo que se conoce antes del siglo XVIII, en parte, esto tal vez se pueda explicar por el hecho que el territorio ocupado por los Chimila se encontraba por fuera de la frontera de colonización creada por los españoles, lo que sumado a su indómita belicosidad hacía del Chimila un pueblo poco atractivo. Su situación de marginalidad, dada su casi inexistente relación con el sistema de dominación colonial a lo largo de tres siglos, hizo que durante este período el pueblo Chimila siguiera viviendo acorde con sus milenarias tradiciones, reproduciendo su cultura y su sociedad.


Las referencias sobre los Chimila antes de 1700 son muy periféricas y dispersas. Hacia el año de 1528 Pedro García de Lerma hace contacto con los Chimila, pero desafortunadamente no existen mayores detalles sobre este encuentro. Algunos años después Jerónimo de Melo alcanza a llegar hasta lo que hoy es Malambo en el departamento del Atlántico, recorriendo marginalmente territorio Chimila. Luego el clérigo y bachiller Jerónimo de Vianna fue puesto al frente de otra expedición que lo llevó hasta la orilla oriental del río Magdalena cruzando el territorio Chimila. Por el año de 1530 Ambrosio Alfínger hace contacto con los Chimila quienes le ofrecen heróica resistencia, pese a lo cual alcanza a llegar hasta la Ciénaga de Zapatosa. Por su parte, Gonzálo Jiménez de Quesada en su ruta hacia territorio Mwiska, atravesó en abril de 1536 territorio Chimila donde no tuvo ninguna resistencia.


Como se ha dicho los Chimila siempre tuvieron una bien ganada fama de ser en extremo guerreros y belicosos a la hora de defender su libertad. Fue el cacique Sorli quien tuvo que hacerle frente al primer intento serio de los españoles de ocupar el territorio Chimila, cuando en el año de 1538 tuvo que enfrentarse al conquistador Lope de Orozco y su lugarteniente el capitán Antonio Cordero. Pese al valor y al coraje de los guerreros Chimila y después de varios años de guerra intensa, la superioridad militar de los españoles consiguió en el año de 1576 enclavar en todo el centro del territorio Chimila un fortín que se llamó San Angel. Este poblado español fué sitiado e incendiado por los Chimila en repetidas ocasiones. La fundación de este fortín militar en pleno corazón del territorio Chimila se sumaba a otro que había sido realizado anteriormente cuando Beltrán de Unceta y Luis de Manjarrés fundan en el año de 1540 el fortín de Tenerife sobre el río Magdalena, este fuerte, que quedaba en los límites de la frontera de colonización, tenía como principal función garantizar la navegación sin necesidad de armada (Luna G.,1991:129-130).


A principios del XVIII comienza a consolidarse la colonización a lo largo de toda la frontera periférica del territorio Chimila, con lo que comienza una creciente presión sobre el centro de su territorio, que pasa a convertirse en una zona geoestratégica y de interés para el afianzamiento del sistema de dominación colonial en el Caribe. Dos factores importantes condujeron a centrar la atención sobre el centro del territorio Chimila. El primero tiene que ver con el aumento del intercambio comercial interno entre las grandes haciendas ganaderas y los puertos del Caribe, lo que implicaba abrir rutas más rápidas y seguras, en tanto que el segundo aparece asociado al creciente aumento de la población liberada de todo tipo de vínculos esclavistas y/o señoriales, en su mayoría vecinos pobres, que entraron a presionar por el acceso a nuevas tierras.

Ante las pretensiones de colonización del centro de su territorio los Chimila respondieron con coraje y dignidad, organizando un sinnúmero de revueltas, rebeliones y levantamientos armados, que fueron el común denominador a todo lo largo del siglo XVIII. Los primeros informes sobre este gran movimiento armado datan del año de 1720 cuando se tiene conocimiento del establecimiento de una alianza interétnica entre los Chimila, los Wayúu y los Kocina para hacerle frente unificadamente al poder colonial. En ese contexto los Chimila se dedicban a hostilizar incesantemente las haciendas españolas de los alrededores de su territorio y a realizar incursiones violentas contra la navegación por el río Magdalena.


Las informaciones que sobre los Chimila hay a lo largo del siglo XVIII se refieren exclusivamente al aspecto militar. En ese sentido se lamenta la ausencia de alusiones y descripciones sobre otros aspectos de la vida de los Chimila. Las anotaciones más frecuentes que se hacen sobre ellos refieren su habilidad y destreza para el manejo del arco y la flecha, y en general para todo lo que tiene que ver con la guerra. De ahí que sea sumamente interesante conocer el testimonio dejado por Manuel Francisco de Mesa, criollo nacido en Tolú y hecho prisionero por los Chimila en el año de 1750 e impelído a convivir y a combatir al lado de ellos por el período de un año (AGN. 1754. Poblaciones Varias. Volúmen X: Folios 161-163. Citado por Uribe Tobón, 1974:170-171, 1977:126, 1987:52-53 y 1993:45-46). Este testimonio señala aspectos sobre algunos poblados Chimila, de los cuales dice que eran muy ricos en cacería y que tenían bastante ganado cimarrón, localizándolos de la siguiente manera:

(a) Cerca de las sabanas de San Angel, en las cabeceras del río Lopez, existía un poblado que los indios llamaban Pueblo de Lata donde habitaban unos mil trescientos indígenas. Alrededor de las habitaciones había numerosas rozas agrícolas con plantíos extensos de plátano y yuca. No tenían ganado mayor y pescaban en el río con flechas.

(b) Al norte, a cinco días de camino hacia Riohacha, se encontraba el poblado llamado Yare, un asentamiento bastante grande. Vivían allí unas trescientas personas del grupo de los Tomocos de dialecto Chimila. Estaba también rodeado de numerosas rozas agrícolas y se encontraba lejos de los ríos. Presididos por un "Capitán" los de Yare no incursionaban en sus correrías por el rio Magdalena, sino que atacaban por los lados de la región de Valledupar,
(c) Un tercer pueblo estaba localizado en un sitio más abajo de San Antonio frente al Real de la Cruz. Era un poblado pequeño y sus guerreros recorrían la margen derecha del río Magdalena, aguas arriba de San Antonio.

(d) En las cabeceras del río Frío y en las tierras templadas de la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta, se encontraba Nengra, en lengua Chimila, un poblado también Tomoco. Este era un poblado muy grande habitado por unas cinco mil personas, encabezados por cuatro caciques. El poblado estaba rodeado de gran cantidad de campos agrícolas y no había ganado mayor. Los guerreros de Nengra solían hacer sus expediciones por las regiones de Sevilla, Dulcino, río Córdoba y Gaira.


Del anterior testimonio se puede deducir que el pueblo Chimila estaba bastante lejos de ser un pueblo homogéneo y que más bien estaba conformado por una diversidad de grupos y subgrupos, que si bien tenían en común una serie de patrones culturales, presentaban diferencias algunas de ellas derivadas de las distintas relaciones establecidas con los ecosistemas. Es lógico suponer que los Chimila que vivían a orillas de las ciénagas tenían costumbres y tradiciones que diferian grandemente de las que poseían los Chimila que habitaban en las llanuras y en las áreas selváticas. De otra parte el testimonio aludido confirma que un elemento central de los asentamientos Chimila lo constituía la roza o huerta, que siempre hacían a su alrededor.


Fases de la colonización del territorio Chimila


En el proceso de colonización del territorio Chimila, a lo largo del siglo XVIII, se pueden identificar con precisión tres fases distintas. La primera fase se caracterizó porque la preocupación central de los españoles fué la consolidación de la colonización a todo lo largo de la frontera periférica del territorio Chimila, lo que se consiguió con la fundación de varios pueblos de españoles. En lo que respecta a la segunda fase se utilizó como estrategia principal incursiones punitivas al centro del territorio Chimila para arrasar con su aparato productivo y con toda la base de subsistencia económica. Finalmente la tercera fase tuvo como caraterística principal la creación de un gran número de reducciones o pueblos de indios, donde a través de "gratificaciones", prebendas y obsequios, o con la utilización directa de la fuerza y la violencia, se obligó a los Chimila a habitar en poblados nucleados bajo la tutela de un misionero capuchino. En algunas regiones estas fases se dieron secuencialmente, en tanto que en otras se presentaron de manera simultánea.


La labor de consolidación de la colonización alrededor del territorio Chimila estuvo fundamentalmente a cargo de José Fernando de Mier y Guerra quien fue nombrado maestre de campo el 26 de octubre de 1743 por el virrey Sebastian de Eslava, cargo que más tarde fue ratificado por el virrey José Alfonso Pizarro el 13 de octubre de 1752.


Bajo la dirección militar y civil de Mier y Guerra se fundan y refundan veintidos pueblos de españoles, mestizos, y gentes libres, tarea que comenzó hacia 1744 y que viene a terminar en 1770. Esta expansión de la colonización se realizó al tiempo con la construcción de dos caminos que atravesaban el territorio Chimila y permitian la comunicación con los puertos en el Caribe.

En este contexto se fue creando la gran propiedad latifundista y nuevas formas de sujeción de la fuerza de trabajo fueron apareciendo, a medida que los pobladores y habitantes de esas fundaciones quedaban casi que obligados a trabajar como arrendatarios o terrajeros, en las grandes haciendas.


Hacia el año de 1750 los Chimila estaban rodeados y acosados por la serie de poblaciones que se habían establecido en la periferia de su territorio y se vieron precisados a efectuar permanentes movimientos migratorios hacia el centro de su hábitat tradicional con el fin de evitar la cada vez más creciente presión colonizadora sobre sus tierras.


Con el pueblo Chimila cercado por todas partes la estrategia de los españoles se centró en la realización de múltiples entradas e incursiones militares al territorio Chimila para destrozar e incendiar todo cuanto se encontrara a su paso. Hacia el año de 1756, el Gobernador de la Provincia de Santa Marta, Juan Toribio de Herrera Leiva organizó las primeras incursiones punitivas al territorio Chimila. José Joaquín Zúñiga hacia el año de 1768 adelanta una vasta y violenta campaña de represión que acarrea enormes pérdidas para los Chimila.


La fase final de la "pacificación" de los Chimila fue la creación de reducciones o pueblos de indios, a través de los cuales se pretendió "civilizarlos". Con la creación de estas reducciones se le infringe un duro golpe a la organización social y económica de los Chimila, en la medida en que se desintegran familias enteras que rompen consecuentemente las unidades y las dinámicas de producción, quedando vinculados a la economía regional de manera dependiente y aportando exclusivamente la fuerza de trabajo.


El 28 de agosto de 1776 se expidió el título de capitán de conquista a Agustin de la Sierra quien logra fundar siete pueblos de indios en el territorio Chimila. Sin embargo la mayoría de ellos, con el paso de los años, quedan vacios ya que los Chimila ante la menor excusa emprendían la huían hacia sus asentamientos tradicionales, y en no pocas ocasiones los prófugos atacaban a aquellos que permanencian viviendo en las reducciones. Hacia 1799 Juan de la Rosa Galbán, capitán de conquista que sucedió a Agustín de la Sierra, intentó refundar y revivir varios pueblos de indios, aunque sin éxito.


Un acontecimiento importante que contribuyó a la pacificación de este pueblo indígena en la región de Ciénaga y Sevilla fue el reconocimiento del Resguardo de los Indios Chimila de la Ciénaga con un área aproximada de 2.326 hectáreas, que les fue entregada por Antonio Galindo el 9 de diciembre de 1756 cumpliendo órdenes del virrey José Solis Folch de Cardona (Fals Borda, 1980:111A).


Fin de las guerras, persistencia de la resistencia


Después de casi una centuria de guerras y rebeliones y ante la superioridad militar del imperio español los Chimila son prácticamente derrotados. En ese sentido se van volviendo cada vez más excepcionales las salidas armadas contra los waacha ("blancos"). Ante este hecho asumen dos posiciones, consecuentemente con su situación. Un sector de los Chimila, fundamentalmente aquel que ocupaba el nicho ecológico que los identificaba como riberanos inmersos dentro de la cultura anfibia, fue asimilado y bien pronto se aceleró su proceso de aculturación. Por otro lado, los asentamientos Chimila que ocupaban las sabanas y selvas tropicales optaron por retirarse y esconderse en lo más profundo de su territorio, lejos de la frontera de colonización.


Precisamente a este último sector y por orden del teniente gobernador de Santa Marta, José Munive y Mozo, los españoles trataron de amojonarles el 16 de enero de 1783 un Resguardo de tierras de una legua de largo en las sabanas de San Angel, sin embargo los Chimila celosos de su independencia no aceptaron compensaciones tan humillantes y rehuyeron cualquier contacto con los españoles (Fals Borda, 1980: 113A).


Las guerras criollas contra el imperio hispánico y las constantes guerras civiles acontecidas a lo largo del siglo XIX hacen perder prácticamente el rastro de los Chimila que optaron por refugiarse en el hábitat selvático que les quedó desde Pivijay hasta las sabanas de Don Pedro al noroeste de San Angel. Hacia 1876 Luis Strinffler recorrió el territorio tradicional Chimila, localizando pequeños grupos de familias habitando asentamientos dispersos en San Angel, Apure y otros caseríos, totalmente al márgen de la civilización occidental. Hace un estimativo de población para San Angel de no más de diez familias (Rey Sinning, 1996:190). El etnógrafo sueco Gustaf Bolinder visita a los Chimila en 1915 y 1920 y manifiesta entre otras cosas que estos son los últimos Chimila que sobreviven y describe la mísera y difícil existencia que llevan (Bolinder, 1987:14). En los últimos años del siglo XIX, cerca a Fundación, Jorge Isaacs tuvo contacto con los Chimila, en esa ocasión el cacique Marasa lapidariamente le manifestó: "apenas español me ha dejado lugar a donde enterrar mis muertos" (Citado por Reichel-Dolmatoff, 1946:97).


Luego de su derrota militar los Chimila que se refugiaron en el corazón de su territorio tuvieron un largo período en que nuevamente volvieron a estar fuera de la frontera de colonización, lo que los puso a salvo de la aculturación y les posibilitó su existencia de manera autónoma. Sin embargo este período de relativa calma no habría de durar mucho. Es así como la explotación comercial del bálsamo de Tolú a partir de la década de 1920, y el descubrimiento y ulterior explotación de petróleo durante la decada de 1940 en el centro de su territorio, marca inexorablemente la penetración de la colonización y el despojo total de su territorio. Lo que los españoles no habían conseguido en cien años de guerra contra los Chimila, finalmente lo lograron estos waacha recien llegados.

 

Para el presente siglo entre los pequeños asentamientos Chimila no existía casi ningún contacto y en muchos poblados se ignoraba por completo la existencia de otros grupos. Esta situación se explicaba en parte por las grandes distancias que separaba a los diferentes asentamientos y en parte por rivalidades intraétnicas. A esto habría que agregar que todos los vínculos que unían a los Chimila de la ciénaga con los Chimila de las sabanas y la selva fueron rotos inexorablemente con su derrota militar. Esta situación de dispersión se mantuvo vigente hasta mediados de la década de los ochenta y comenzó a tener fin a partir de la adjudicación de tierras a los Chimila.


Las guerras silenciosas del boom maderero

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