Algunos de los grandes acontecimientos que le cambiaron el rumbo – y el genio- a la humanidad no tuvieron buena ni mala prensa. Es más: no tuvieron ninguna. Y si las cosas que suceden nadie las cuenta, simplemente no sucedieron. Así de simple.

 

512 años después del descubrimiento ojalá Don Cristóbal Colón y los suyos (me refiero a la gente de las carabelas) se encuentren bien de salud, muy  a la diestra de Dios Padre, a cuyo lado deben estar sin haber tenido que pagar el largo peaje del purgatorio. Entiendo que el purgatario –no solo el infierno, como diría  Sartre- son los demás, en este caso los marineros que casi lo sirven en paella a los tiburones de la Mar Océana en protesta porque nada que aparecían las tales Indias 70 días después de haber zarpado de puerto español.

 

Difícil saber qué estaríamos haciendo un día como hoy, tan lejos de Colón y tan cerca de la reelección - promovida por el uribismo- y del USApresidente Bush que después de sacar los perros a hacer pipí en los Jardines de la Casa Blanca anuncia algún despropósito invasor.

 

Menos mal que Don Cristóbal nunca supo que  tacó burro y que no descubrió las Indias. Pero le fue mejor porque descubrió unas indias espléndidas que desde entonces llevaban encima el teléfono estético 90-60-90 sin el  2 adelante.

 

La vida no fue del todo fácil para Colón: sólo pudo dar la noticia de su hazaña a su regreso a Europa, meses después, en abril de 1493. Y la dio mal porque, como decía, creyó que había llegado a las Indias. Para colmo de males dio trasnochada la noticia porque ya se le habían anticipado los que se vinieron adelante con el deseo de quedarse con el pan y con el queso del descubrimiento de la nueva vía para viajar a la India. “Eso de las Indias es cuento viejo”, le dijeron cuando regresó.

 

Y como nadie sabe para quién trabaja, ni siquiera Colón,  se necesitaron diez años para que el florentino Américo Vespucio “desfaciera” el entuerto geográfico y aclarara que su paisano había descubierto un nuevo mundo. En vez de viajar hacia el norte, como lo hizo Colón, Vespucio viajó hacia el sur de lo descubierto y se encontró con el resto de América.

 

Es decir, que les debemos a dos italianos haber sido descubiertos y llamarnos América. Justo es aclarar que don Américo no le puso conejo a Colón: simplemente, a unos frailes alemanes se les ocurrió sentar la doctrina de que quien había “descubierto” que Colón y sus poco alegres muchachos habían llegado a un nuevo mundo y no la India, merecía darle el nombre a las nuevas tierras. Y nos quedamos en América, por don Américo. Fácil.

 

Difícil imaginar la alegría tan grande que le dio a Colón cuando Rodrigo de Triana, horqueteado en el mástil de La Pinta gritó: “!Tierra!”, ese 12 de octubre de 1492. Me han dicho que agregó: “joder”, pero los historiadores remilgados no se ocupan de expresiones como éstas que son la historia detrás de la historia. Si detrás de todo hombre hay una gran mujer (la reina Isabel en este caso), detrás de todo gran suceso suele haber algún madrazo.

 

Triana gritó tan duro lo de “!Tierra”¡ que hasta los pájaros de a bordo (Colones con plumas)  se asustaron. Muchos tuvieron que ir luego donde el otólogo de la tribu. Por cierto, ni los pájaros ni el viento, sus manos derechas en la empresa del descubrimiento, han recibido homenaje alguno de agradecimiento ni en el pasa, ni en las erratas de la historia. Hilando delgadito, el verdadero descubridor de América fue el viento. La gracia de Colón radicó en saber de qué lado soplaba ese viento para que lo llevara al oeste navegando siempre por el este.

 

Sin confirmar sí lo digo: me han dicho que el afán de Triana no era tanto llegar pronto sino ganarse los 10.000 maravedíes que sus graciosas majestades habían prometido a quien primero avistara tierra firme. Por cierto que la reina lucía en las veladas palaciegas joyas falsas, hechizas,  compradas a la carrera en el mercado de las pulgas después de que empeñara las originales para financiar su utopía. Mejor no preguntarle a Colón por qué, finalmente, se quedó con los maravadíes que eran para Triana.

 

Noticias del descubrimiento

 

Me habría gustado mucho haber estado presente el día D, del desembarco de Colón y los suyos en estas vírgenes tierras. Siempre me he sentido “chiviado” (desinformado) con esa noticia que no se dio a tiempo. Para llenar ese vacío algún día les pregunté al entonces presidente de la Academia Colombia de Historia, Germán Arciniegas y a un grupo periodistas  colombianos y españoles cómo habrían titulado la noticia del descubrimiento.

 

“Colón desmiente a Platón”, respondió  el maestro Arciniegas que habría titulado. Con estos agregados: “No hay tal mar tenebroso. El camino está abierto”.

 

El poeta Darío Jaramillo Agudelo comentó en su oportunidad: “Si voy en una de las carabelas, el título sería: ‘Llegamos a Cipango’. Si estoy en la isla Guanahaní: ‘Los marcianos llegaron ya’”.

 

Ignacio Ramírez, director de la agencia virtual Cultural Cronopios, respondió que un verso de la Balada de la loca alegría de Barba Jacob, está que ni mandado a hacer para titular: “La muerte viene, todo será polvo”.

 

Germán Santamaría, director de la revista Diners, habría titulado: “¡Tierra al otro lado de la mar océana!”.

 

Antonio Martínez, ex delegado de la agencia Efe en Colombia, y fundador del diario La Tierra que circuló en Tunja hace algunos años, habría titulado a ocho columnas de las viejas: “Confirmado: se puede ir al este por el oeste”.

 

El veterano José Luis Iglesias, periodista español de la agencia de noticias DPA, con sede en Hamburgo, Alemania, sugirió este despliegue para primera: “Carabelas del almirante Colón descubren tierra”.

 

El párrafo de entrada

 

También les solicité a estos colegas que redactaran el lead o párrafo de entrada de semejante noticionón.

 

Iglesias “envío” el siguiente despacho: “Plugo a Nuestro Señor Todopoderoso que las naos de Castilla enviadas a buscar la ruta de las Indias y de las islas de Cipango y Cathay por el poniente, al mando del Almirante Mayor de la Mar Océana, don Cristóbal Colón, en esta jornada encontrasen tierra, muy caliente y poblada de gente desnuda y papagayos y árboles muy verdes que nunca antes vieron ojos de cristianos, después de navegar 70 días y andar muchas leguas, para mayor gloria y beneficio de la Santa Fe y la Reina Nuestros Señores”.

 

Ignacio Ramírez: “Llegaron por el mar, pero vienen del cielo. Tienen hambre y sed. Dice ser hijo de un cardador de lana. Se llama Cristóforo Colombo y un pueblo se quedará con la gloria y la desdicha de su nombre. Ese pueblo se llamará Colombia”.

 

Germán Santamaría: “El mar no termina en una gigantesca catarata ni en una olla de fuego sino en la tierra de muchas islas, encontradas por Cristóbal Colón y sus carabelas después de navegar sin rumbo por la mar océana”.

 

Antonio Martínez: “San Salvador, Cipango (hasta ayer Guanahaní, día 12 del mes de octubre del año del Señor de 1492.- Con la bendición del Señor Dios Todopoderoso y para mayor honra de sus Serenísimos y Muy Altos Príncipes Rey y Reina, nuestros Señores Fernando e Isabel, el Almirante Mayor de la Mar Océana Don Cristóbal Colón ha pisado hoy, según jura él, las fabulosas tierras de Cipango, del oro y las especias, que creíamos ya nunca jamás encontrar tras diez semanas de navegación. Pero el Gran Khan no estaba a recibirnos. Cuando el almirante tocó tierra en barca armada y con la bandera real, sólo  vimos gente menuda y desnuda –y sin oro- que dixo que aquella tierra se llamaba Guanahaní”. Y colorín colorado: el cuento del descubrimiento por fin ha sido contado.

 

* Tomado del diario digital Cronopios. 

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