MONSEÑOR PELEAS

Por Guillermo Serrato Aguirre

"Excelentísimo señor obispo de Istmina, monseñor Gustavo Posada PELEAS..."


Robert Shafer era un ingeniero de minas con algo más de treinta años de edad, que había llegado de la principal en Nueva York con el cargo de gerente del campamento. Aunque había recibido clases allá poco antes de viajar a Colombia, su español era deficiente. Tímido y con tendencia a sonrojarse fácilmente, era excelente trabajador, madrugador, inteligente, y un inmejorable ser humano. Mientras hablaba o trabajaba debía una y otra vez retirarse el mechón de cabello que se le caía sobre un lado de la frente.

Al poco tiempo de su llegada recibimos una comunicación del nuevo obispo de Istmina, en la cual con toda cortesía el prelado expresaba a la Empresa su deseo de visitar el campamento.
Monseñor Gustavo Posada Peláez había sido designado obispo de Istmina pocos meses antes, dentro de una reorganización del territorio de misiones al cual pertenecía el Chocó.

La Empresa tuvo siempre por política permanecer de espaldas a toda actividad desarrollada por las autoridades y entidades locales, pero esta vez tocaba acatar al nuevo jerarca de la Iglesia en la región. Descendía de la familia Posada Tobón, ya entonces importante en Antioquia por su liderazgo en la industria de bebidas. Una fábrica de baterías para autos de la familia producía en Medellín la marca Jaipope, nombre que claramente aludía a Jaime Posada Peláez.

En la población se le veía como orgulloso y elitista, aparte de que circulaban rumores de su distanciamiento con la comunidad misionera anterior, con el gobernador, con el alcalde, con los patriarcas del pueblo, todo lo cual conducía a señalarlo como pendenciero o camorrista.

La Gerencia envió al abogado a Istmina para tratar los detalles de la visita. Se dispuso que cierto lunes a las diez de la mañana monseñor llegaría en visita oficial al campamento. Para recibirlo el gerente diría unas palabras de saludo, y dadas sus limitaciones de idioma, el señor Shafer me comisionó para redactarlas. Comencé por supuesto con un vocativo, o identificación de la persona a quien se dirigía el saludo.

"Excelentísimo señor obispo de Istmina, monseñor Gustavo Posada Peláez...."

Pero el gringo, que probablemente había aprendido la palabra "peleas" dentro del español que traía, cambiaba una y otra vez el segundo apellido del obispo, Peláez por "Peleas". Asunto grave si se tenía en cuenta la imagen pública que se había ganado el prelado. Durante tres días, cerrando las puertas de la oficina de la gerencia, practicábamos a ratos la lectura del pequeño discurso, y en general lo venía haciendo cada vez mejor.

Ya superado el problema con la práctica, vino por fin el lunes de la visita. Y para sorpresa mía y de las cincuenta personas presentes, aquí viene el gringo con su introducción:

"Excelentísimo señor obispo de Istmina, monseñor Gustavo Posada PELEAS..."

 

Comentarios   
0 #2 Cathern 02-11-2018 18:35
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0 #1 famvelval 14-04-2017 22:02
Es que los gringos siempre han sido y serán unos brutos.
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