Armando Valbuena G.
Desde el establecimiento de la colonia española y la conformación de la República el territorio Wayuu ha sido objeto de “pacificación”. Durante los siglos XIX y XX, luego de muchos fracasos por las continuas rebeliones que permitieron redimensionar la identidad del mismo en la medida que se tenía contacto con otras sociedades a través del fortalecimiento territorial, la economía y el intercambio, gracias a la zona estratégica de la Península de la Guajira, para detener dicho avance se hizo necesario que la República creara y aprobara leyes que nos reorganizara política y administrativamente con el apoyo militar y clerical (la iglesia católica). Había que controlar el “contrabando” consolidando la presencia del estado en el imaginario Wayuu que se resistía a ser “conquistado y civilizado” desde la monarquía y aún en la República.
Desde la política asimilacionista del estado se refleja unas intensiones de “pacificación” de las sociedades indígenas, como si fuesen agentes de guerra. La mayoría de las ocasiones incomprendidos, sin derecho a ser escuchados con relación a esa dimensión histórica en los territorios, gran parte, por no decir todos, no hablaban la lengua del colonizador, el castellano. Por ello, se hizo necesario el acuerdo con la iglesia para formular estrategias de “pacificación” del pueblo wayuu, utilizando la doctrina cristiana y la disposición de las órdenes religiosas en nuestro territorio. El medio que más favorecía la proxemia fue el uso del idioma autóctono para lograr una vinculación que favorecía las políticas de expansión del Estado en territorio Wayuu.
Se establecieron los llamados “orfanatos” en donde se recibían los niños víctimas de las constantes hambrunas, conflictos inter-e’irukuu, huérfanos y/o aquellos que libremente llevaban sus hijos a dicho lugar, que eran “civilizados”. Estos religiosos tuvieron la iniciativa de formarse en la competencia lingüística como estrategia para lograr nuestra “pacificación”, el primer documento escrito en wayuunuiki es la del padre Celedón con su “Elementos de la Lengua Goajira, del año 1783, producto de la formación de 20 capuchinos en el uso del wayuunuiki, llamado también “idioma guajiro” con el firme propósito de adoctrinarnos en los dogmas de la Iglesia Católica Romana.
El proceso de resistencia cultural de la sociedad wayuu está vinculado con el fortalecimiento del uso oral del idioma, el mantenimiento de la estructura social (significancia de los e’irukuu) y las instituciones sociales y productivas (a’laülaayuu, outsu, aküjalii, arüleejülii, olojulii, o’ulakülii, etc.); importante destacar, el papel del arraigo de nuestra madre wayuu en la transmisión de la lengua en el contexto territorial y fuera de ella.
Ahora, la escuela como instrumento del Estado ha sido nefasto para la continuidad cultural y lingüística del Pueblo Wayuu, basta realizar una mirada histórica en el proceso de poblamiento de las ciudades cercanas Maracaibo, Maicao, Riohacha, Manaure, Uribia, entre otros. Nadie se escapa de la escuela como agente integrador y desintegrador, ya que en ella lleva consigo la carga de las políticas del Estado en pro de una educación idealizada, pensada para los pueblos indígenas, pero no necesariamente, formulada por nosotros desde un proceso endolingüístico y endocultural, el costo de “ser educado” es la erosión de los valores étnicos wayuu.
Si el Wayuu logra el sincretismo religioso, pero no escapa de la política asimilacionista del sistema educativo del estado que trae consigo un argumento existencial de una “vida ideal” para superar la condición de pobreza, “estudiar para ser alguien” les decían y esto fue calando en el subconsciente colectivo wayuu; es entonces, que la vida alijuna[1] es “envidiable” hay que “dejar de ser indígena”. Esta situación desvinculó las relaciones intergeneracionales, a medida que se tenía acceso a la escuela, la posibilidad de continuar en el proceso natural de ser wayuu se va ir deteriorando, muy poco se habla el wayuunuiki, que para algunos representa un tropiezo en lo cognitivo y el proceso de aprendizaje. El dejar de hablar el idioma materno constituía un requisito fundamental en el ideario de “ser alijuna”, representado en tener acceso a los bienes y servicios, a los recursos del estado, a través de sus instituciones.
Una muestra en el proceso de erosión lingüística se refleja en el trato de los e’irukuu[2] que se escriben siguiendo la gramática del castellano, sin tomar encuentra un análisis lingüístico del wayuunaiki. Ejemplo: Uliana /ulíana/ se transformó en “Uriána”, Ja’yaliyuu /Ja’yalíyuu/ se transformó en “Jayariyú” y así continuó una evidente ignorancia y no se escapan las toponimias en wayuunaiki, por ejemplo: Süchiima pasa a ser “Riohacha”, Ichitkii pasó a ser “Uribia”, Akuowolu’u pasó a ser Manaure. Se impone el poder de la escritura castellana y su limitación en la competencia del wayuunuiki, los e’irukuu fueron cambiados Uliana a “uriana” Ja’yaliyuu a Jayariyú, Uraliyuu a “urariyú” Wo’uliyuu a “wouriyú” , y sobre todo se convirtió en vox populi en el contexto wayuu sobre todo en lo urbano.
Ante este panorama histórico con sus consecuencias sociocognitivas, el SEIP (Sistema Educativo Indígena Propio) asume un reto de reestructurar la manera de hacer educación en el contexto intercultural, de replantear los modelos educativos y pedagógicos para la educación wayuu. Para ello, requerirá la formación de docentes con competencia bilingüe, con experiencia en el conocimiento wayuu en las diversas áreas del saber.
[1]Se refiere a quien no pertenece a la sociedad wayuu, que no comparte los valores culturales que caracteriza el SER WAYUU, no necesariamente los rasgos fenotípicos.
[2]Se refiere a la división de los clanes wayuu, en función de un símbolo clanil y a un tomen representado en un animal
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